jueves, 18 de diciembre de 2014

Raquel Levenson: una luchadora forjada en las calles cordobesas

Por Diego Naselli Macera
Profesor y Licenciado en Historia

Miembro de la Federación Juvenil Comunista, incansable idealista y portavoz de los obreros, combatiente en la Guerra Civil española y resistente al nazismo durante la Segunda Guerra mundial, Raquel Levenson fue un ejemplo de luchadora que se forjó en las calles de la Córdoba obrera y reformista de los primeros años de la década de 1930.

Cuando sus camaradas preguntaban a Raquel dónde había nacido, ella respondía rápidamente y sin dudar: “Yo nací en Córdoba en 1929, y no es por sacarme años” aunque su verdadero lugar y fecha de nacimiento fue en San Fernando, provincia de Buenos Aires, el 15 de junio de 1915. Sin embargo, esa respuesta mostraba donde había comenzado su militancia, siendo una joven de 14 años y junto a Gregorio Levenson, uno de sus hermanos, ingresó a la Federación Juvenil Comunista (FJC) sección Córdoba para trabajar por los obreros y la Revolución.
Llegados a Córdoba en 1928 en busca de trabajo, la familia Levenson se encontraba con una ciudad donde rondaban los aires de la Reforma Universitaria y el movimiento obrero se enfrascaba en huelgas y movilizaciones para mejorar sus condiciones laborales y sociales. En ese mismo año, en estación Cañada Verde, una pequeña ciudad al sur de la provincia, el Block Obrero y Campesino ganaba las elecciones municipales y se instauraba la primera intendencia comunista en el país y en la capital provincial líderes sindicales de orientación comunista organizaban una huelga en la fábrica Menetti.
Para 1929 la lucha obrera se intensifica debido a la decisión del Partido Comunista (PC) de organizar sindicatos separados de otras organizaciones gremiales aplicando la táctica «clase contra clase» del Komintern y en Córdoba los encargados de promover conflictos serán los hermanos José y Jesús Manzanelli junto a otros dirigentes partidarios, quienes colaboran en la huelga de la construcción de Bell Ville y en la huelga metalúrgica de San Francisco que es duramente reprimida por la policía transformándose en un paro general por 48 horas. En este contexto, Gregorio Levenson, quien ya frecuentaba el ambiente estudiantil de la Córdoba reformista, se incorpora a la FJC acompañado por su joven hermana Raquel.
Producido el golpe de estado de 1930 dirigido por el general José Felix Uriburu contra el presidente Hipólito Yrigoyen, Raquel Levenson recibe la primera tarea como militante de la juventud comunista y se le encarga repartir clandestinamente volantes a los trabajadores de la Fábrica Militar de Aviones, construida en Córdoba en 1927 y con una dotación de casi 200 obreros, con el objetivo de conseguir el apoyo de la clase trabajadora a la revolución. Además de su militancia política, Raquel se interesa por la economía y se acerca a la UNC mientras su hermano Gregorio funda en la capital provincial el grupo «Insurrexit», agrupación similar a la creada por Héctor P. Agosti en Buenos Aires y en la que participaba Ernesto Sábato en La Plata, con el propósito de introducir la lucha de clases en las universidades y detener el avance de la «contrarreforma». Así, entre los obreros y estudiantes cordobeses, entre militantes y dirigentes comunistas, entre las fábricas y la Universidad, Raquel se comprometió con la lucha obrera y la revolución, compromiso que va a sostener durante toda su vida.

Buenos Aires y España: la lucha continúa
A mediados de la década del ’30, Gregorio y Raquel Levenson se radican en Avellaneda (Buenos Aires) donde se insertan en el mundo laboral y sindical de la zona sur y conocen a Juan José Real, líder juvenil del PCA, quien los dirige en la organización del Centro de Estudiantes Universitarios de Avellaneda. En esta nueva etapa en la vida militante, a Raquel se le delega la realización de arengas políticas a las salidas de talleres, fábricas y frigoríficos con el propósito de atraer a los trabajadores en la lucha contra el capital. Subida a un cajón de frutas, se la puede ver a la joven militante exponiendo fogosamente sus ideas delante de obreros, estudiantes, paseantes en los barrios porteños de Dock Sud, Piñeyro y Sarandí con el claro objetivo del lograr la unión de la juventud y los trabajadores en la lucha por sus reivindicaciones y derechos y contra el gobierno del conservador Manuel Fresco. Fue allí, en las barriadas proletarias de la zona sur de Buenos Aires, donde Raquel puso en práctica las actitudes de organizadora, agitadora y propagandista que había aprendido durante sus primeros años de militancia en Córdoba.
Con el estallido de la Guerra Civil española, Raquel junto a su pareja Juan José Real deciden enrolarse como voluntarios para ayudar a la República en su lucha contra la sublevación militar y parten hacía España en abril de 1937. Ya en territorio republicano, la pareja de argentinos se encuentran con los dirigentes comunistas Victorio Codovilla y José Manzanelli y, mientras Real se incorpora a las Brigadas Internacionales, Raquel ingresa a la Dirección Nacional de las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU) como propagandista y organizadora con la misión de recorrer los diferentes frentes y retaguardias para propagar la ideología comunista mediante la redacción de volantes y documentos, el adiestramiento de soldados y la arenga pública. En enero de 1939 Cataluña cae ante las tropas sublevadas y Raquel, quien se encontraba en Barcelona embarazada de su hijo Alberto, logra abandonar España en un barco inglés hacía Argelia donde es encerrada en un campo de concentración. Sin embargo, por su condición de dirigente comunista, la militante argentina logró marcharse de la colonia francesa en un barco soviético que se dirigía a Odesa.

Odesa, Moscú y Stalingrado: resistir al nazismo
Una vez desembarcados en el puerto ucraniano de Odesa, Raquel Levenson junto a su pequeño hijo son enviados a Moscú donde la militante argentina es incorporada a la Escuela Internacional de Marxismo-Leninismo. Cuando la Alemania nazi invade el territorio soviético en junio de 1941, Raquel participa en la defensa y resistencia de Moscú ante el asedio del ejército invasor realizando tareas civiles en la organización y subsistencia del pueblo moscovita y debido a su destacada intervención es enviada a Stalingrado cuando la ciudad de orillas del Volga es tomada por la werhmacht alemana. Allí, en la ciudad insignia del régimen stalinista, Raquel se desempeña como instructora político-militar del Ejército Rojo, que había recibido la orden de “¡Ni un paso atrás!”.
Derrotado el nazismo en 1945, la veterana de la Guerra Civil española y de la Segunda Guerra Mundial regresa a Argentina para incorporarse al Secretariado Nacional de la FJC y, desde ese momento, propulsar y organizar diferentes agrupaciones obreras y estudiantiles en la provincia de Buenos Aires. Con la llegada del peronismo, Raquel debe alejarse de Juan José Real, su ex pareja y padre de su hijo, y de su hermano Gregorio Levenson por orden del PCA ya que ambos se habían acercado al nuevo movimiento de masas surgido bajo el control de Juan Domingo Perón.
Desde la década de 1960, la militante de la FJC se encarga de organizar la actividad gremial de las fábricas en la zona de La Matanza hasta que una enfermedad terminal acabaría con su vida el 3 de septiembre de 1971 con sólo 56 años de edad y 42 años de férrea militancia, incansable lucha y rígida lealtad al comunismo al que había adherido en esa Córdoba obrera y reformista de 1930.

Publicado en: Revista DEODORO, Gaceta de crítica y cultura, Universidad Nacional de Córdoba, Argentina, Noviembre de 2014, Año 4, n° 48, ISSN 1853-2349



miércoles, 10 de diciembre de 2014

Traductoras rusas en la Guerra Civil Española

María Serrano Velázquez | Rusia Hoy - 5 de octubre de 2012

Una voz interna susurraba a Adelina Abramson antes de partir rumbo a España en agosto de 1936: “¿Serás capaz de cumplir con lo que te encomiendan?”. Con tan solo 17 años, contestó segura: “Sí”. Estaba dispuesta a traducir del ruso al español ante los servicios soviéticos para la República. Pronto partiría hacia España con pasaporte falso junto a su padre Benjamín. Su identidad permanecería oculta bajo un seudónimo. Sería Adelina Regis, miembro del Ejército Rojo.

204 intérpretes soviéticas llegaron en plena Guerra Civil al campo de batalla. Su tarea consistiría en traducir las conversaciones entre miembros del ejército republicano y los diplomáticos soviéticos, que llegaron hasta la península para prestar ayuda internacional al Gobierno legítimo de la República. Muchas de ellas se formarían en el entonces Instituto de Nuevos Idiomas en Moscú.
Aquellas intérpretes cumplieron una labor encomiable: supieron descifrar mensajes de estado entre embajadores y jefes de gobierno, mantener el silencio y dejar huella de mujeres valientes en la memoria colectiva. Algunas de ellas dejaron su vida en el campo de batalla, como fue el caso de Sofía Bessmernaia, que murió en la batalla de Brunete. María Fortus, Sara Majovich, Elizaveta Párshina, María Levina, Olga Filipova, Adelina y Paulina Abramson son solo algunos de estos nombres.
En diciembre de 1936, Francisco Largo Caballero, por aquel entonces Presidente del Gobierno, envió una solicitud al primer embajador de la URSS en España, Marcel Rosenberg. Una larga carta en la que, además de aviones y tanques, pedía a la URSS, especialistas en aviación, armamento, ingenieros aeronáuticos, instructores, y, cómo no, traductores que ayudasen a mejorar la estrategia militar de un gobierno democrático asediado y sin fuerzas aliadas.
La respuesta llegaría cinco días más tarde, aunque para la URSS fuese un contratiempo inesperado convertirse en una pieza clave de la política exterior española. “A pesar de que durante los cuatro años de guerra hubo más de 2.105 soviéticos en territorio español,  en un mismo periodo la cifra no alcanzaba más de 550 personas, 70 de las cuales fueron traductoras”, afirma Ricardo Miralles, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad del País Vasco.
Ante la imposibilidad de los asesores de hacerse entender por los españoles, el cuadro de traductoras era un grupo fundamental para los republicanos. Miralles señala: “de no haber sido por las intérpretes nada de lo propuesto por los soviéticos se habría materializado”.
A todas las desavenencias de la República, habría que sumar la falta de entendimiento que existía entre los cuerpos de seguridad hispano rusos. Incomunicación que no compartía el bando contrario donde los aliados italianos y alemanes tenían mínimos conocimiento de español. La barrera lingüística pasaría factura, a pesar de que Górev, agregado militar del Estado Mayor Soviético, procuró en todo momento que no faltara un traductor por asesor. Sin embargo, la tarea resultó imposible.
La lista de intérpretes era muy extensa. Entre ellos, también se encontraban los llamados rusos blancos, antiguos emigrados políticos de la época de la revolución de 1917, contrarios al régimen soviético en origen que, sin embargo, acabaron colaborando como traductores.
Entre estos, el caso más destacado es el de Costant Brusilloff en el Frente Norte. Miralles señala que este grupo fue 'prácticamente obligado' a través de serias amenazas y coacciones a colaborar con el NKVD, la policía soviética encargada de controlar políticamente a los rusos en España. La vida de Brusilloff estuvo plagada de vicisitudes. En 1919, huyó de los bolcheviques, asentándose posteriormente en España. Durante sus años de obligada labor como traductor e intérprete, redactaría un informe muy crítico sobre la preparación militar de la República y la labor soviética en la zona.
La misión en España del NKVD fue básicamente reprimir la disidencia en el campo republicano. El gobierno de Stalin no permitiría que las maniobras soviéticas quedaran bajo el desconocimiento de Moscú.
“Había una importante necesidad de información militar sobre las actuaciones soviéticas en la Guerra Civil. Stalin no dejó nada al libre albedrío”, destaca Miralles. Tal era el control de todos los miembros del Ejército Rojo, que a mediados de 1937 ya se consideraba al NKVD como una especie de oficina ajena al Ministerio del Interior, conocida como Grupo de Información. Paulina Abramson, hermana de Adelina, recuerda en aquellas circunstancias, como eran las entrevistas, a modo de manual, para entrar a formar parte del servicio de traducción. El requisito se adivinaba en una sola pregunta: ¿Sabe usted callar?

Una labor enigmática y comprometida
Tras su llegada clandestina a España, Adelina Abramson consigue establecerse en el Hotel Metropol de Barcelona donde recibiría instrucciones para ser trasladada por los servicios soviéticos a Valencia. Tenía entonces 17 años. Por sus conocimientos de español, nació y vivió su infancia en Argentina, se le destina como intérprete y traductora en la Aviación para el Estado Mayor de las Fuerzas Aéreas de la República, con sede en Albacete.
En su libro de memorias, Mosaico Roto, Adelina narra cómo el general Douglas le propuso un singular destino. “Para mí la pregunta era enigmática pero me fascinaban las palabras trabajar en la aviación. Inmediatamente consentí”. Recuerda cómo en un principio el servicio soviético la quiso mandar como responsable de un grupo de guerrilleros. Sin embargo, su carácter frágil, que ella misma asemeja a un tango argentino de su infancia, no era el adecuado para acompañar a nadie en esta arriesgada aventura, aunque su atuendo demostraba lo contrario; una chaqueta negra de cuero era su seña de identidad.
Durante aquellos meses de lucha contra el fascismo, su trabajo permitió entablar amistad con los pilotos, mecánicos e ingenieros españoles y soviéticos. La barrera cultural que existía entre ambos grupos arranca en la memoria de esta nonagenaria alguna anécdota jocosa, como la que le sucedió con el General Grigoriev en un curso para capacitar pilotos de bombardeo. “Al terminar su explicación, el coronel preguntó '¿Está claro?'. Se produjo un silencio sepulcral. En ese momento, uno de los futuros pilotos intentó cortejarme con una pregunta. El coronel me pidió que tradujese lo que me había dicho. Ante una risa general, no me atreví a responder”.
Un año más tarde, Adelina volvería a la tierra del frío. Su labor en España la haría merecedora de la máxima condecoración por méritos militares en la URSS: la Estrella Roja. Aunque Adelina Abramson, su hermana Paulina, y otras tantas mujeres que actuaron como traductoras en la Guerra Civil, no son nombres conocidos de la historia. Todas ellas tuvieron la modestia de los héroes que caen en el olvido.

Link: http://es.rbth.com/articles/2012/10/05/traductoras_rusas_en_la_guerra_civil_espanola_20517.html