lunes, 24 de noviembre de 2014

Fernando Ortiz Echagüe: Un periodista, un diario, un país

Por José Claudio Escribano | LA NACION, Viernes 19 de julio de 2013

Hay ocasiones en que el apotegma de que "nada es más viejo que el diario de ayer" resulta pavorosamente cierto y, además, de una tristeza que consterna.

Fernando Ortiz Echagüe
Las noticias que pudieron bullir en los comentarios de la sociedad a lo largo de días, semanas, meses, e incluso, de años, suelen difuminarse después, testadas por el tiempo, hasta casi no quedar rastros de ellas. Otro tanto acaece con la memoria de periodistas que hicieron de sus críticas y reportajes en publicaciones cotidianas, o de más morosa frecuencia, acontecimientos de tal o cual época. El hallazgo casual, o la búsqueda afanosa, impulsada por alguna referencia feliz, en las páginas amarillentas de periódicos y revistas, pueden rescatar para la memoria colectiva tesoros ahí labrados, que ha de valorar el intelecto y lo agradecerá en homenaje a quienes fueron los artífices así desenterrados.

Nada encaja mejor, respecto de tan penosos olvidos, que el nombre de Fernando Ortiz Echagüe. Este periodista nacido en España, en 1893, fue el más grande, el más versátil, el que accedió con impecable naturalidad a las más reservadas fuentes informativas de la Europa de las dos grandes guerras. Se lució como ninguno en la pléyade de corresponsales en el exterior de los diarios argentinos del siglo XX, entre los que hubo casos de estatura inmensa, como el de Constantino del Esla, enviado a Madrid por LA NACION, durante la contienda civil de los mil días. Y, sin embargo, qué decepción, qué imperdonable incuria generalizada, porque de otra manera no se explicaría la respuesta que recibí días atrás al confiarle a un historiador de indiscutida relevancia que estaba revisando artículos de Ortiz Echagüe. Aquél contestó, con curiosidad: "Háblame de él, que no sé nada".

Temía una perplejidad como ésa, a pesar de que los cablegramas de este periodista habían resonado en más de una generación de argentinos. La obra de Ortiz Echagüe se encuentra diseminada, con invariable calidad y sustancia, en miles de páginas de LA NACION, pero no de una manera anónima. Figura, con su firma, precediendo la data de las capitales eminentes del Viejo Mundo desde las que despachó, entre 1918 y 1941, telegramas que concernían a la guerra, a la paz y a los entretelones bélicos que alistarían una vez más para el combate a esa Europa suicida cuyas guerras él mismo volvería a cubrir con sus notas, desde 1939, por segunda vez.

Era ésa la Europa enloquecida por el delirio de Hitler y Mussolini, la Europa entrampada en la defección de reyes, burgueses y proletarios y la Europa sujeta a debilidades humanas que tanto impresionaron al corresponsal del diario cuando en agosto de 1940, en Riom, el régimen de Philippe Pétain constituyó una Corte Suprema especial para juzgar a los supuestos responsables, civiles y militares, de la precipitada caída de Francia y del gobierno, entre liberal y socialista, del primer ministro Paul Reynaud: "El pueblo -escribió Ortiz Echagüe- quiere arrojar por la roca Tarpeya a los hombres que aclamaba en el Capitolio. Los pueblos son así: quieren vengar cada desastre buscando víctimas expiatorias para persuadirse a sí mismos de que ellos están libres de culpa".

Francia se negaba en ese momento a perder más sangre y prefería rodear antes al mariscal Pétain, héroe de la Primera Guerra, que al general de la resistencia a ultranza, Charles De Gaulle. Ortiz Echagüe caracterizó a los protagonistas del gran conflicto con oficio único, en crónicas certeras y bellamente escritas. Se hacía tiempo, además, para escribir sobre la frivolidad alegre de los espectáculos y las modas, a las que Europa no renunciaba en medio de terribles padecimientos. Traía al conocimiento de los lectores, también, lo que deparaban de antiguo y de más moderno los museos aún abiertos y lo que pensaban, con las abstracciones de lo eterno, sus poetas y filósofos, o lo que producían novelistas y científicos. La vida continuaba, como han atestiguado los diarios personales del capitán Ernst Jünger, uno de los más profundos escritores alemanes del siglo XX, que en nombre del Ejército del Tercer Reich ofició en París, hasta 1944, en calidad de enlace con la intelligentsia francesa.

Ortiz Echagüe había llegado a Buenos Aires, en 1911, sin otra provisión que un modesto equipaje. En 1918, después de trabajar en LA NACION, primero como cronista destacado ante el Ministerio de Agricultura, situado entonces en Florida y Lavalle, y luego como traductor de cables noticiosos, fue designado corresponsal general en Europa, con sede en París. Hombre de mundo, de relaciones infinitas y vida social ceñida a las convenciones tan rigurosas como pomposas de esa larga época, cuyas luces se apagaban sin que muchos lo advirtieran, en su vestuario de periodista disponía de tres fracs: uno, para las recepciones en París; otro, en Londres, y el tercero, en Madrid.

La liviandad de esa mención, en los tiempos desestructurados que corren, adquiere, desde otra perspectiva, relieve histórico. Sólo se trata de circunstanciarla en relación con la influencia mundial de la Argentina en los años veinte, con la paridad de entonces de diez centavos de peso por cada franco francés que se recibía y con el asombro con el cual Louis-Ferdinand Céline anotaba, en su célebre Viaje al fin de la noche , las juergas costosas de argentinos, que todo lo podían, copando por las noches la parada en los cabarets de Montmartre.

Convendrá registrar, por añadidura, otro dato verdaderamente inverosímil a esta altura del devenir nacional.

Compartamos, pues, con el lector algo que se halla bastante perdido hasta en la memoria interna de este diario. Luego de haber ocupado LA NACION, algo antes de 1910, un subsuelo en la rue Richelieu, se trasladó a la rue Eduardo VII, donde tras permanecer unos años, recaló en Champs-Elysées. Desde esas oficinas, con treinta metros de frente que daban a la vereda misma de lo que se cotiza como uno de los puntos urbanos cumbre en las valuaciones mundiales del metro cuadrado de edificación, se recortaba a escasa distancia el imponente Arco de Triunfo.

Las ocho letras de LA NACION fulguraban, rotundas, en la fachada de esa planta baja. Si hasta parece cuento, de no hallarse uno con el recorte a mano, lo que Ortiz Echagüe decía en una correspondencia referida a esa marquesina: "LA NACION basta. No es preciso agregar Buenos Aires, pues todo París sabe que LA NACION es el gran diario argentino". ¿Acaso algún bufón del poder imagina, por patológica que fuere su confianza en la extraña teoría de que en el Centenario la Argentina no era nada, que una empresa, una secretaría de Estado, una provincia, un ministerio de la Nación podría revestirse hoy, como proa visible de una soñada potencia nacional, con el esplendor de aquellos treinta metros sobre la vereda de Champs-Elysées?

LA NACION era, simplemente, lo que era el país, y los grandes protagonistas de Europa se abrían, sin reticencia, a su corresponsal general, que había visto desfilar en 1918 a los mariscales franceses Joffre y Foch al frente de sus tropas vencedoras y había presenciado, a bordo del acorazado británico Dreadnought, la rendición a los aliados de la altiva flota alemana, formada por más de 300 unidades, en el mar del Norte. En diciembre de 1932, Ortiz Echagüe escribía desde Polonia: "Aquí está preparada la mecha de la próxima guerra. ¿Quién la encenderá?" Y prevenía, a comienzos de 1938, con referencia a los Sudetes: "?si Hitler hiciera contra Checoslovaquia el acto irreparable, todo sucedería otra vez como en 1914, aunque en plazo más corto". La suerte de Europa pudo haber sido otra si Neville Chamberlain y Edouard Daladier hubieran pensado de igual modo, absteniéndose de firmar con Hitler en 1938, en nombre del Reino Unido y de Francia, los acuerdos de Munich.

En 1940, ocupado París, Ortiz Echagüe sigue al gobierno, ahora encabezado por Reynaud, en la retirada a Burdeos. Cada crónica de los sucesos constituye una reconstrucción antológica de acontecimientos que conmovían al mundo. Cae el gobierno de Reynaud y asume el mariscal Pétain, que negocia un armisticio por separado con Hitler, mientras De Gaulle, desde Londres, llama a la resistencia y al honor francés.

La censura impone un paréntesis al corresponsal, que reaparece en agosto con la publicación en serie de despachos diarios que le han sido retenidos. Extraigo, entre ese material, una perla atesorada en circunstancias en que el gobierno de la zona francesa no ocupada preparaba su instalación en Vichy. Concierne a la respuesta de Pétain, conocida de primera mano por Ortiz Echagüe, a los enviados de Churchill, que desesperando por evitar el armisticio unilateral de Francia con Hitler, increpan al viejo mariscal por la inminente violación de compromisos que París y Londres tenían contraídos desde antes del estallido de la guerra, el 1de septiembre de 1939: "Estos no son momentos para invocar tratados".

Ortiz Echagüe escribió dos libros: Pasajeros, correspondencia y carga y Al Senegal en Aeroplano . Ambos recrean notas que había publicado LA NACION. En el último, el cronista aborda en su relato uno de los aparatos Breguet, de comienzos de la aviación comercial, con la cesta llena de bebidas y comestibles que le ha preparado para el viaje la dueña de una pensión de Tolouse. Eran vuelos de muchas horas para distancias cortas y nadie había pensado todavía que las azafatas y el catering estaban llamados a cumplir servicios importantes en el espacio.

Entre 1941 y 1946, Ortiz Echagüe fue corresponsal del diario en Nueva York. En octubre, de este último año, viajó una vez más a París. En la madrugada del día 9, abrió las ventanas de su habitación en el Hotel Lancaster y se arrojó al vacío. Se encontraron sobre la mesa de luz soporíferos y hubo testimonios de que sufría de insomnio.

En octubre de 1985, se presentó en mi oficina de entonces secretario general de Redacción de LA NACIONuna mujer alta, elegante, de unos cuarenta años. Era la única hija de Ortiz Echagüe, María Dolores. Me dijo que estaba casada con el secretario de Asuntos Culturales del Partido Socialista francés. Gobernaba en Francia François Mitterrand. María Dolores pidió revisar el Archivo del diario, hurgar entre recortes y colecciones de la época. Así lo hizo, con el convencimiento de que a su padre lo habían asesinado elementos remanentes de la Francia colaboracionista, "pues sabía demasiado".

Ironías del destino. Dos de los principales datos personales de quien escribió a lo largo de la vida con maravillosa exactitud han sido imprecisos: a la información sobre su nacimiento en Logroño, se opuso con no menos vigor la leyenda de que había llegado a este mundo en San Sebastián; ante la información oficial de la policía francesa de que "la hipótesis del suicidio es la única admisible", su hija y algunos amigos contestaron con la denuncia de un crimen.

Nunca, en todo caso, sabremos la verdad incontrovertible sobre su muerte. Tal vez el misterio trágico cuadre como apropiado colofón para esa novela, plena de aventuras, que fue la vida de quien será recordado, junto con sus hermanos José, uno de los más destacados fotógrafos españoles del siglo XX, y Antonio, pintor de reconocida valía, en la muestra "La luz, el color y la palabra", que se inaugurará el 30 del actual, en el Museo Fernández Blanco. Estará abierta hasta el 29 de septiembre.

Link: http://www.lanacion.com.ar/1602331-un-periodista-un-diario-un-pais

domingo, 16 de noviembre de 2014

El embajador argentino por el embajador norteamericano

Claude G. Bowers, embajador norteamericano en España desde 1931 hasta 1939, dejo en su memoria “Misión en España” una semblanza de Daniel García Mansilla, diplomático argentino a cargo de la embajada en España durante la guerra civil, quien fue uno de los primeros en aplicar el principio humanitario del derecho de asilo:


“Desde el primer día de la guerra era evidente que se hacían esfuerzos para utilizar al cuerpo diplomático como una plataforma para la propaganda fascista. El doyen del cuerpo, que era el embajador de Argentina, era un decidido partidario de los rebeldes. Era un gracioso anciano de barba y cabellos blancos. Sus ojos eran azules y alegres, y hablaba en voz melosa, frotándose las manos. Estoy seguro de que aceptaba la propaganda de los nazis y los fascistas como verdades del Evangelio, y que su mente estaba herméticamente cerrada para cualquier información favorable al Gobierno ante el cual estaba acreditado o desfavorable a sus enemigos” (Bowers, Claude, Misión en España, Ediciones Grijaldo, 1977, p. 299)




Claude G. Bowers y Daniel García Mansilla


Lazos estrechos: Diplomáticos y marinos argentinos durante la crisis española

Por Beatriz Figallo-(Librería Histórica)-264 páginas.

Cicatrizadas las heridas de la guerra de la independencia, los vínculos entre la Argentina y España fueron múltiples e intensos. Antes, incluso, de la firma del tratado definitivo de reconocimiento, paz y amistad, en 1863, ambos países dieron muestras concretas de que por encima de las declaraciones formales persistían profundos lazos de un origen común. Esto se pudo apreciar desde la segunda mitad del siglo XIX, pero fue en la pasada centuria cuando aquel bagaje fraterno se expresó a través de hechos de profunda significación.

Beatriz Figallo, destacada historiadora especializada en relaciones internacionales, analiza en este libro el camino transitado desde los tiempos de la primera presidencia de Hipólito Yrigoyen hasta el fin de la Guerra Civil Española.

El idealismo del primer mandatario de origen radical oficializó en 1917 el reencuentro entre ambas naciones al declarar fiesta nacional el 12 de octubre. Dicho gesto no hizo más que reconocer el rico caudal emigratorio de peninsulares, así como el creciente americanismo de sectores progresistas de la sociedad española y la influencia de exponentes del panorama cultural hispano, que visitaban nuestra tierra.

Mientras los diplomáticos de Yrigoyen y del presidente Marcelo T. de Alvear asistían a la crisis política de la monarquía de Alfonso XIII, se hacía notar en importantes círculos argentinos el pensamiento de Ramiro de Maeztu, enviado como embajador del gobierno de Miguel Primo de Rivera, experiencia autoritaria que terminaría echando por tierra a la dinastía borbónica, para dar paso a la Segunda República.

La reinvención de una España republicana no coincidió con el derrotero institucional argentino, signado en primer lugar por el golpe militar del general Uriburu y luego por el gobierno conservador del general Agustín P. Justo. Sin embargo, más allá de las relaciones oficiales, el florecimiento de ideas y realizaciones artísticas de ambos países produjo un notorio acercamiento.

A pesar de la admiración de la clase dirigente argentina por los intelectuales que militaban en la República, transcurridos pocos años se hizo evidente que los cambios que requería España no se realizarían sin resistencia. El embajador argentino en Madrid, Daniel García Mansilla, destacó en sus informes al Ministerio de Relaciones Exteriores, el encono que enfermaba la política y la sociedad española y que parecía conducir a una lucha armada. El diplomático comenzó a prepararse para proteger a la colonia argentina y a los españoles que pidieran su amparo.

La guerra estalló el 18 de julio de 1936, con el pronunciamiento de un grupo de generales enseguida encabezados por Francisco Franco, y España quedó dividida espiritual y geográficamente en dos bandos: republicanos y nacionales.

La Argentina actuó sin vacilar. Concedió asilo en la residencia de verano de la embajada; en la sede diplomática en Madrid, en casas arrendadas como partes de la legación a fin de extender la extraterritorialidad, y en los consulados ubicados en distintos lugares de la península. Mientras tanto, el gobierno enviaba dos buques de la Marina de Guerra: el crucero 25 de Mayo y el torpedero Tucumán , que se convirtieron en refugio de los perseguidos políticos de ambos bandos y en socorro para argentinos y extranjeros en apuros. Cabe señalar que la Argentina acompañó a la Segunda República en su ocaso, y que sólo después de la renuncia del presidente Manuel Azaña, con el triunfo nacional consumado, reconoció al gobierno de Burgos.

La autora desarrolla minuciosamente ese proceso, en una investigación basada en numerosos testimonios, que refleja el relevante papel alcanzado por nuestro país en el plano internacional, bajo la conducción del canciller Carlos Saavedra Lamas, en el auge de su carrera. .

Miguel Angel De Marco
La Nación, 15 de julio de 2007
Link: http://www.lanacion.com.ar/925530-lazos-estrechos

lunes, 10 de noviembre de 2014

Alberti y León, los inmigrantes

La Guerra Civil hizo que muchos españoles buscaran amparo en la Argentina; entre ellos, estuvieron el poeta Rafael Alberti y su pareja, María Teresa León. Se quedaron mucho tiempo: desde 1940 hasta 1963.

Se cumplieron 70 años del inicio del exilio en la Argentina de la pareja formada por el poeta Rafael Alberti (1902-1999) y la cuentista y articulista María Teresa León (1902-1999). Llegaron a Buenos Aires el 2 de marzo de 1940, a bordo del Mendoza que había zarpado de Marsella, y partieron a Roma 23 años después, el 28 de mayo de 1963. En esos 23 años rioplatenses refundaron su familia, con la llegada de la hija de ambos, Aitana, y luego con el arribo de Gonzalo, el hijo mayor del matrimonio de María Teresa con Gonzalo de Sebastián Alfaro, de quien se había separado antes de comenzar su relación con Alberti.

En el puerto los esperaba un numeroso grupo de escritores, artistas, periodistas: la escritora y cónsul chilena Marta Brunet, la escultora María Carmen Portela, Margot Portela Parker (hermana de María Carmen y también pintora, la sin par "Malinverno" de las chanzas y de la correspondencia, aún inédita, con Rafael), Sara Tornú -"la Rubia"- y su esposo Pablo Rojas Paz, el abogado Rodolfo Aráoz Alfaro, el director de cine Arturo Mom, Gori y Maricarmen Muñoz, Manuel Ángeles Ortiz. Así lo cuenta María Teresa en Memoria de la melancolía:

Y llegamos al Río de la Plata. [.] ¡Cuánta gente aglomerada, esperando! Vimos subir a una señora joven con gafas que preguntaba y se reía. Tardó muy poco en atropellarnos con sus preguntas: "Rafael Alberti, ¿verdad? Y María Teresa. Soy el cónsul de Chile, por eso me han dejado pasar. Bienvenidos. Me llamo Marta Brunet". [.] Y nos abrazaba, "¡Martita Brunet!", la llamaríamos más tarde. Sólo Martita. No olvido la mirada primera de sus ojos chiquitos de miope. No olvido su voz. [.] Una hermosísima mujer consiguió pasar la barrera y nos abrió sus brazos. "Soy María Carmen." "¿Y Amparito?", seguíamos preguntando, mientras descendíamos cargados de paquetes. No nos contestó María Carmen Portela.

Las palabras de María Teresa León ilustran lo que la importantísima foto hasta hoy desconocida también nos dice: ha llegado el Mendoza, y ahí están, adelantándosenos, intactos, los personajes mencionados por ella, Marta Brunet y, en primer término, María Carmen Portela. Está ausente su íntima amiga, Amparo Mom, mujer de Raúl González Tuñón: María Teresa pregunta y presiente lo que inmediatamente le dirán, que ha muerto hace tres días.

La permanencia de los Alberti en Buenos Aires es aún ilegal, pero el doctor Rodolfo Aráoz Alfaro, esposo en estos años de María Carmen Portela, les sugiere que pidan un permiso de cuatro días para visitar la ciudad, y luego se refugien en su casona de El Totoral, en la provincia de Córdoba. ¿Dónde pasan los Alberti estos primeros días porteños? Una carta de María Teresa a Corpus Barga recientemente publicada (Cartas a Corpus Barga, Instituto Alicantino de Cultura Juan Gil-Albert, 2008), lo revela:

Queridísimos: acabamos de instalarnos en este sereno día de Buenos Aires. Es tanto el dolor y la pesadilla que acabamos de vivir que casi no acierto a escribiros. La pobrecita Amparo murió tres días antes de nosotros llegar. En el delirio sólo habló de nosotros. De las conferencias, de cómo éramos, de cuánto nos quería. [.] Hemos conocido gracias a la generosa simpatía de Amparito una familia asombrosamente buena que nos trata como suyos. El hermano de quien tanto ella hablaba es un hombre admirable. Vivimos con él. Está pendiente de nosotros. [.] Hemos conocido a la pobre madre, y a una amiga maravillosa, María Carmen Aráoz Alfaro. [.] Creo que empiezo a quererla mucho.

Amparo Mom y su esposo, Raúl González Tuñón, habían afianzado su amistad con los Alberti en España y en París. Y había sido Amparo -escritora e intelectual injustamente olvidada- quien había insistido en que Buenos Aires podía ser el lugar adecuado para el exilio de los Alberti. El piso en el que se alojan no bien llegan es precisamente el del hermano de Amparo, Arturo Mom, "Neneo" para los amigos, el director de exitosas películas del momento como Loco lindo, de 1936. Y María Carmen Portela, íntima amiga de Amparo Mom, con quien también había compartido trabajos e inquietudes artísticas y tan injustamente olvidada como ella, será una de las primeras y más importantes relaciones de los Alberti en la Argentina y luego en el Uruguay.

Sigue inmediatamente la estancia en El Totoral: allí,Rafael y María Carmen se tomaron fotos al abrigo del reparador patio de la casa de los Aráoz Alfaro, en las estribaciones de Córdoba. Vale recordar que María Carmen Portela es la escultora de un busto en bronce de su amigo Rafael Alberti).

En El Totoral residirán los aún indocumentados María Teresa y Rafael -con viajes a Buenos Aires, al menos de María Teresa, que se encarga de los trámites para conseguir la residencia- hasta que, con fecha 30 de septiembre de 1940, les es otorgada la autorización de permanencia en el país (Fondos Gonzalo de Sebastián León-Centro Cultural de la Generación del 27, Málaga) y se instalan en la Capital. ¿Dónde se instalan?

"Y me asomo al balconcillo del primer departamento, calle Tucumán, en una casa de Victoria Ocampo", vuelve a decirnos María Teresa. Pero ya sabemos que no fue así: Rafael y María Teresa vuelven a instalarse en el edificio de Libertad 1693, ahora en el piso 4, departamento B, como lo confirma la carta de María Teresa al poeta Juvenal Ortiz Saralegui del 19 de febrero de 1941 (Rafael Alberti en Uruguay, correspondencia, testimonios, crítica, SECC, 2002). Recién después llegarán a la casa de Victoria, en la calle Tucumán 677-7° C, y todavía faltará el domicilio de Santa Fe 3735, 7° A, antes de arribar, al fin, a la tan querida casa de la calle Las Heras 3783.

En Libertad 1693 -esquina Avenida Libertador-, sobre el bajo de la ciudad, sólo a tres cuadras de Suipacha 1444, la casa de Oliverio Girondo y Norah Lange, pasaron sus primeros tiempos porteños Rafael Alberti y María Teresa León. El edificio de estilo racionalista todavía se conserva (aclaración que siente necesaria cualquier sudamericano): es del año 1935, y uno de sus diseñadores, el ingeniero Adolfo T. Moret (el otro fue Carlos Méndez Calzada), acompañaría a Alberto Bullrich -el mismo arquitecto que creó el Obelisco porteño- en la edificación del Teatro Gran Rex, de 1937, el emblemático edificio de la calle Corrientes.

¿Olvidaron Rafael y María Teresa el primer balcón marinero del exilio argentino? ¿Empañó la nostalgia -o, tal vez, la angustia- la gran vista al Bajo, a las barrancas de la ciudad, al puerto, con el primer verde extendido hasta el río (¿la primera arboleda perdida?), y el Río de la Plata tan inmenso, desplegado como un mar? ¿Olvidaron la primera proa enfilada hacia el otro mundo, hacia la otra orilla?.

Por Irma Emiliozzi
Para LA NACION - Viernes 10 de diciembre de 2010

Link: http://www.lanacion.com.ar/1332204-alberti-y-leon-los-inmigrantes

domingo, 9 de noviembre de 2014

Indalecio Prieto en el Luna Park de Buenos Aires (1939)

MI MISIÓN, ES MISIÓN DE PAZ, DICE INDALECIO PRIETO

Por Leandro R. Reynés
Revista Caras y Caretas, Buenos Aires, 21 de enero de 1939

Leandro R. Reynés, periodista de Caras y Caretas,
junto a Indalecio Prieto
Indalecio Prieto. Así no más. Con sólo el apellido paterno. No hace falta el otro, aunque muy respetable, para individualizar a este Prieto que nos ha enviado como visitante ilustre la España republicana. Porque Prieto, Indalecio Prieto, hay uno sólo. Y es inconfundible. Por su mentalidad robusta. Por su noble corazón. Y por su cuerpo robusto también. Es inconfundible en su físico obeso y pesado. Pero por contraste, es asimismo inconfundible en su inteligencia ágil, en su memoria prodigiosa, en su pensamiento audaz, en su oratoria fogosa y altiva, en su sonrisa de hombre bueno a quien duele, con dolor profundo, la intensa tragedia que está sufriendo su patria. Y es inconfundible en la gran obra que tiene cumplida en España, como periodista, como militante socialista, como legislador, como ministro o como simple ciudadano.
Indalecio Prieto es una de las personalidades más destacadas del socialismo español, Encabezaba hasta antes de la guerra, la fracción reformista del socialismo, en oposición al grupo marxista u ortodoxo que tenía por jefe a Largo Caballero. Siempre sostuvo con integridad su tendencia moderada, y por pretender imponerla en su partido, fue objeto de críticas, de motes y hasta de insultos. Más aún. Después del primero gobierno republicano, surgido como consecuencia de la derrota de la monarquía en los comicios comunales del 14 de abril de 1931; después del gobierno de la CEDA, que dio resurgimiento transitorio de las fuerzas conservadoras, y al llegar de nuevo al gobierno los socialistas, Indalecio Prieto tuvo la visión anticipada del conflicto sangriento que iba a estallar en su país. Lo anunció con antelación. Fue profeta de la desgracia inminente de su España. Y, por serlo, un día lo apedrearon sus propios compañeros de ideas, al retirarse de un mitin famoso, donde se había arriesgado, haciendo caso omiso del halago popular, a predecir la tormenta que iba a desencadenarse sobre su patria, con sombras de dolor y de luto. Se le atribuyeron entonces, dentro y fuera de España, intenciones y propósitos derrotistas. Poco después se cumplía su predicción. Y más tarde, llevado por el desarrollo de los acontecimientos, paso a ocupar el Ministerio de la Defensa de la República, desde el cual desarrolló una obra formidable de organizador y de patriota que hoy todo el mundo reconoce y aplaude. Hoy, Indalecio Prieto, es ídolo del pueblo. Y las mismas multitudes que antes le agraviaron, hoy le rinde tributo de admiración y simpatía, allá, en España, y también lejos de España. El más que entusiasta recibimiento que le dispensó el pueblo de la capital, ha sido una demostración de ello, entre nosotros también lo han sido los agasajos que se le ha hecho y las numerosísimas visitas que ha recibido durante su estada en Buenos Aires.
Por estos motivos, no ha sido fácil entrevistar al líder socialista español. Yo logré que me recibiera, después de algunas tentativas frustradas, precisamente el día que había resuelto no recibir a nadie.
Breve fue la conversación, pero lo suficientemente amplia como para recoger de labios del líder viajero sus impresiones fundamentales.
-Ya conoce usted cuál es mi misión en este viaje por América. He ido a Chile, representando al gobierno de la República Española en la asunción del mando del presidente Aguirre Cerdá, elegido allí por el Frente Popular. Tengo, con respecto a este mandatario, la seguridad de que hará obra beneficiosa para el pueblo chileno. Ahora, en la Argentina, me propongo intervenir en actos organizados por mis compatriotas, con objeto de estimularlos a intensificar la ayuda a España republicana y de conversar con ellos sobre los problemas de la reconstrucción de mi patria, una vez terminada la guerra. América ha contribuido en forma amplia y generosa a afrontar los problemas creados por la contienda al gobierno y a la población civil española. Y América deberá ser la base principal del resurgimiento de España, una vez finalizada la lucha, que será con el triunfo de las armas leales. Espero hallar en mis compatriotas y en los amigos de la República Española en América el apoyo que merece mi patria, puesta en tan duro trance por las circunstancias conocidas. Mi misión, pues, es una misión de paz.
Luego, el señor Prieto tiene un amable recuerdo para Caras y Caretas, y lo sintetiza en un autógrafo, que me entrega complacido. Nos despedimos, y me retiro, dejándole en medio de sus papeles y libros, entregado a la tarea de preparar los discursos que, a estas horas, ya habrá dirigido al país desde el Centro Asturiano y desde el Luna Park.



martes, 4 de noviembre de 2014

Memorias de la Guerra Civil Española, desde una hija eterna del exilio

El drama de los niños que debieron refugiarse en otros países durante la guerra civil es una realidad de la que aún quedan heridas y sobrevivientes. Testimonio y fortaleza de alguien que lo vivió y se anima a revivirlo por medio de la palabra.

Por Gisela Gallego



Conocidos como «Los niños de la guerra civil española», este numeroso grupo de hijos de militantes antifranquistas padecieron el destierro en esa contienda bélica. En la mayoría de los casos, se refugiaron en países que de alguna manera se congraciaron con el gobierno de la segunda república, el cual optó por la evacuación masiva de su población infantil, a fin de evitar los peligros inminentes que corrían los más pequeños y vulnerables.
Se trató de un éxodo infantil sin precedentes: incluyó a más de 30.000 niños que partieron, en su mayoría solos, por tierra o mar, a países como Francia, Bélgica, Inglaterra, la Unión Soviética, México, Suiza y Dinamarca. Muchos de ellos echaron raíces en los pueblos receptores, y se los denominó «los niños que nunca volvieron». Otros fueron repatriados a España, pasado el conflicto armado o muchos años después, tras la muerte del dictador Francisco Franco.
De esos niños sobrevivientes, que hoy rondan entre los 78 y 90 años, actualmente viven en Argentina alrededor de seiscientos.
El Gran Otro tuvo oportunidad de hablar con María Luz Senosiain, una mujer vasca de 81 años, nacida en San Sebastián, que hoy reside en el barrio de La Boca. Ella es testigo y protagonista de este capítulo triste de la historia española contemporánea; sin embargo, se muestra altiva, fuerte y aguerrida, relativizando con su actitud todas las heridas de guerra que inexorablemente lleva en el alma...

Leer entrevista completa en: Revista El Gran Otro - Arte Contemporáneo/Psicoanálisis
http://elgranotro.com.ar/index.php/memorias-de-la-guerra-civil-espanola-desde-una-hija-eterna-del-exilio/