jueves, 18 de diciembre de 2014

Raquel Levenson: una luchadora forjada en las calles cordobesas

Por Diego Naselli Macera
Profesor y Licenciado en Historia

Miembro de la Federación Juvenil Comunista, incansable idealista y portavoz de los obreros, combatiente en la Guerra Civil española y resistente al nazismo durante la Segunda Guerra mundial, Raquel Levenson fue un ejemplo de luchadora que se forjó en las calles de la Córdoba obrera y reformista de los primeros años de la década de 1930.

Cuando sus camaradas preguntaban a Raquel dónde había nacido, ella respondía rápidamente y sin dudar: “Yo nací en Córdoba en 1929, y no es por sacarme años” aunque su verdadero lugar y fecha de nacimiento fue en San Fernando, provincia de Buenos Aires, el 15 de junio de 1915. Sin embargo, esa respuesta mostraba donde había comenzado su militancia, siendo una joven de 14 años y junto a Gregorio Levenson, uno de sus hermanos, ingresó a la Federación Juvenil Comunista (FJC) sección Córdoba para trabajar por los obreros y la Revolución.
Llegados a Córdoba en 1928 en busca de trabajo, la familia Levenson se encontraba con una ciudad donde rondaban los aires de la Reforma Universitaria y el movimiento obrero se enfrascaba en huelgas y movilizaciones para mejorar sus condiciones laborales y sociales. En ese mismo año, en estación Cañada Verde, una pequeña ciudad al sur de la provincia, el Block Obrero y Campesino ganaba las elecciones municipales y se instauraba la primera intendencia comunista en el país y en la capital provincial líderes sindicales de orientación comunista organizaban una huelga en la fábrica Menetti.
Para 1929 la lucha obrera se intensifica debido a la decisión del Partido Comunista (PC) de organizar sindicatos separados de otras organizaciones gremiales aplicando la táctica «clase contra clase» del Komintern y en Córdoba los encargados de promover conflictos serán los hermanos José y Jesús Manzanelli junto a otros dirigentes partidarios, quienes colaboran en la huelga de la construcción de Bell Ville y en la huelga metalúrgica de San Francisco que es duramente reprimida por la policía transformándose en un paro general por 48 horas. En este contexto, Gregorio Levenson, quien ya frecuentaba el ambiente estudiantil de la Córdoba reformista, se incorpora a la FJC acompañado por su joven hermana Raquel.
Producido el golpe de estado de 1930 dirigido por el general José Felix Uriburu contra el presidente Hipólito Yrigoyen, Raquel Levenson recibe la primera tarea como militante de la juventud comunista y se le encarga repartir clandestinamente volantes a los trabajadores de la Fábrica Militar de Aviones, construida en Córdoba en 1927 y con una dotación de casi 200 obreros, con el objetivo de conseguir el apoyo de la clase trabajadora a la revolución. Además de su militancia política, Raquel se interesa por la economía y se acerca a la UNC mientras su hermano Gregorio funda en la capital provincial el grupo «Insurrexit», agrupación similar a la creada por Héctor P. Agosti en Buenos Aires y en la que participaba Ernesto Sábato en La Plata, con el propósito de introducir la lucha de clases en las universidades y detener el avance de la «contrarreforma». Así, entre los obreros y estudiantes cordobeses, entre militantes y dirigentes comunistas, entre las fábricas y la Universidad, Raquel se comprometió con la lucha obrera y la revolución, compromiso que va a sostener durante toda su vida.

Buenos Aires y España: la lucha continúa
A mediados de la década del ’30, Gregorio y Raquel Levenson se radican en Avellaneda (Buenos Aires) donde se insertan en el mundo laboral y sindical de la zona sur y conocen a Juan José Real, líder juvenil del PCA, quien los dirige en la organización del Centro de Estudiantes Universitarios de Avellaneda. En esta nueva etapa en la vida militante, a Raquel se le delega la realización de arengas políticas a las salidas de talleres, fábricas y frigoríficos con el propósito de atraer a los trabajadores en la lucha contra el capital. Subida a un cajón de frutas, se la puede ver a la joven militante exponiendo fogosamente sus ideas delante de obreros, estudiantes, paseantes en los barrios porteños de Dock Sud, Piñeyro y Sarandí con el claro objetivo del lograr la unión de la juventud y los trabajadores en la lucha por sus reivindicaciones y derechos y contra el gobierno del conservador Manuel Fresco. Fue allí, en las barriadas proletarias de la zona sur de Buenos Aires, donde Raquel puso en práctica las actitudes de organizadora, agitadora y propagandista que había aprendido durante sus primeros años de militancia en Córdoba.
Con el estallido de la Guerra Civil española, Raquel junto a su pareja Juan José Real deciden enrolarse como voluntarios para ayudar a la República en su lucha contra la sublevación militar y parten hacía España en abril de 1937. Ya en territorio republicano, la pareja de argentinos se encuentran con los dirigentes comunistas Victorio Codovilla y José Manzanelli y, mientras Real se incorpora a las Brigadas Internacionales, Raquel ingresa a la Dirección Nacional de las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU) como propagandista y organizadora con la misión de recorrer los diferentes frentes y retaguardias para propagar la ideología comunista mediante la redacción de volantes y documentos, el adiestramiento de soldados y la arenga pública. En enero de 1939 Cataluña cae ante las tropas sublevadas y Raquel, quien se encontraba en Barcelona embarazada de su hijo Alberto, logra abandonar España en un barco inglés hacía Argelia donde es encerrada en un campo de concentración. Sin embargo, por su condición de dirigente comunista, la militante argentina logró marcharse de la colonia francesa en un barco soviético que se dirigía a Odesa.

Odesa, Moscú y Stalingrado: resistir al nazismo
Una vez desembarcados en el puerto ucraniano de Odesa, Raquel Levenson junto a su pequeño hijo son enviados a Moscú donde la militante argentina es incorporada a la Escuela Internacional de Marxismo-Leninismo. Cuando la Alemania nazi invade el territorio soviético en junio de 1941, Raquel participa en la defensa y resistencia de Moscú ante el asedio del ejército invasor realizando tareas civiles en la organización y subsistencia del pueblo moscovita y debido a su destacada intervención es enviada a Stalingrado cuando la ciudad de orillas del Volga es tomada por la werhmacht alemana. Allí, en la ciudad insignia del régimen stalinista, Raquel se desempeña como instructora político-militar del Ejército Rojo, que había recibido la orden de “¡Ni un paso atrás!”.
Derrotado el nazismo en 1945, la veterana de la Guerra Civil española y de la Segunda Guerra Mundial regresa a Argentina para incorporarse al Secretariado Nacional de la FJC y, desde ese momento, propulsar y organizar diferentes agrupaciones obreras y estudiantiles en la provincia de Buenos Aires. Con la llegada del peronismo, Raquel debe alejarse de Juan José Real, su ex pareja y padre de su hijo, y de su hermano Gregorio Levenson por orden del PCA ya que ambos se habían acercado al nuevo movimiento de masas surgido bajo el control de Juan Domingo Perón.
Desde la década de 1960, la militante de la FJC se encarga de organizar la actividad gremial de las fábricas en la zona de La Matanza hasta que una enfermedad terminal acabaría con su vida el 3 de septiembre de 1971 con sólo 56 años de edad y 42 años de férrea militancia, incansable lucha y rígida lealtad al comunismo al que había adherido en esa Córdoba obrera y reformista de 1930.

Publicado en: Revista DEODORO, Gaceta de crítica y cultura, Universidad Nacional de Córdoba, Argentina, Noviembre de 2014, Año 4, n° 48, ISSN 1853-2349



miércoles, 10 de diciembre de 2014

Traductoras rusas en la Guerra Civil Española

María Serrano Velázquez | Rusia Hoy - 5 de octubre de 2012

Una voz interna susurraba a Adelina Abramson antes de partir rumbo a España en agosto de 1936: “¿Serás capaz de cumplir con lo que te encomiendan?”. Con tan solo 17 años, contestó segura: “Sí”. Estaba dispuesta a traducir del ruso al español ante los servicios soviéticos para la República. Pronto partiría hacia España con pasaporte falso junto a su padre Benjamín. Su identidad permanecería oculta bajo un seudónimo. Sería Adelina Regis, miembro del Ejército Rojo.

204 intérpretes soviéticas llegaron en plena Guerra Civil al campo de batalla. Su tarea consistiría en traducir las conversaciones entre miembros del ejército republicano y los diplomáticos soviéticos, que llegaron hasta la península para prestar ayuda internacional al Gobierno legítimo de la República. Muchas de ellas se formarían en el entonces Instituto de Nuevos Idiomas en Moscú.
Aquellas intérpretes cumplieron una labor encomiable: supieron descifrar mensajes de estado entre embajadores y jefes de gobierno, mantener el silencio y dejar huella de mujeres valientes en la memoria colectiva. Algunas de ellas dejaron su vida en el campo de batalla, como fue el caso de Sofía Bessmernaia, que murió en la batalla de Brunete. María Fortus, Sara Majovich, Elizaveta Párshina, María Levina, Olga Filipova, Adelina y Paulina Abramson son solo algunos de estos nombres.
En diciembre de 1936, Francisco Largo Caballero, por aquel entonces Presidente del Gobierno, envió una solicitud al primer embajador de la URSS en España, Marcel Rosenberg. Una larga carta en la que, además de aviones y tanques, pedía a la URSS, especialistas en aviación, armamento, ingenieros aeronáuticos, instructores, y, cómo no, traductores que ayudasen a mejorar la estrategia militar de un gobierno democrático asediado y sin fuerzas aliadas.
La respuesta llegaría cinco días más tarde, aunque para la URSS fuese un contratiempo inesperado convertirse en una pieza clave de la política exterior española. “A pesar de que durante los cuatro años de guerra hubo más de 2.105 soviéticos en territorio español,  en un mismo periodo la cifra no alcanzaba más de 550 personas, 70 de las cuales fueron traductoras”, afirma Ricardo Miralles, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad del País Vasco.
Ante la imposibilidad de los asesores de hacerse entender por los españoles, el cuadro de traductoras era un grupo fundamental para los republicanos. Miralles señala: “de no haber sido por las intérpretes nada de lo propuesto por los soviéticos se habría materializado”.
A todas las desavenencias de la República, habría que sumar la falta de entendimiento que existía entre los cuerpos de seguridad hispano rusos. Incomunicación que no compartía el bando contrario donde los aliados italianos y alemanes tenían mínimos conocimiento de español. La barrera lingüística pasaría factura, a pesar de que Górev, agregado militar del Estado Mayor Soviético, procuró en todo momento que no faltara un traductor por asesor. Sin embargo, la tarea resultó imposible.
La lista de intérpretes era muy extensa. Entre ellos, también se encontraban los llamados rusos blancos, antiguos emigrados políticos de la época de la revolución de 1917, contrarios al régimen soviético en origen que, sin embargo, acabaron colaborando como traductores.
Entre estos, el caso más destacado es el de Costant Brusilloff en el Frente Norte. Miralles señala que este grupo fue 'prácticamente obligado' a través de serias amenazas y coacciones a colaborar con el NKVD, la policía soviética encargada de controlar políticamente a los rusos en España. La vida de Brusilloff estuvo plagada de vicisitudes. En 1919, huyó de los bolcheviques, asentándose posteriormente en España. Durante sus años de obligada labor como traductor e intérprete, redactaría un informe muy crítico sobre la preparación militar de la República y la labor soviética en la zona.
La misión en España del NKVD fue básicamente reprimir la disidencia en el campo republicano. El gobierno de Stalin no permitiría que las maniobras soviéticas quedaran bajo el desconocimiento de Moscú.
“Había una importante necesidad de información militar sobre las actuaciones soviéticas en la Guerra Civil. Stalin no dejó nada al libre albedrío”, destaca Miralles. Tal era el control de todos los miembros del Ejército Rojo, que a mediados de 1937 ya se consideraba al NKVD como una especie de oficina ajena al Ministerio del Interior, conocida como Grupo de Información. Paulina Abramson, hermana de Adelina, recuerda en aquellas circunstancias, como eran las entrevistas, a modo de manual, para entrar a formar parte del servicio de traducción. El requisito se adivinaba en una sola pregunta: ¿Sabe usted callar?

Una labor enigmática y comprometida
Tras su llegada clandestina a España, Adelina Abramson consigue establecerse en el Hotel Metropol de Barcelona donde recibiría instrucciones para ser trasladada por los servicios soviéticos a Valencia. Tenía entonces 17 años. Por sus conocimientos de español, nació y vivió su infancia en Argentina, se le destina como intérprete y traductora en la Aviación para el Estado Mayor de las Fuerzas Aéreas de la República, con sede en Albacete.
En su libro de memorias, Mosaico Roto, Adelina narra cómo el general Douglas le propuso un singular destino. “Para mí la pregunta era enigmática pero me fascinaban las palabras trabajar en la aviación. Inmediatamente consentí”. Recuerda cómo en un principio el servicio soviético la quiso mandar como responsable de un grupo de guerrilleros. Sin embargo, su carácter frágil, que ella misma asemeja a un tango argentino de su infancia, no era el adecuado para acompañar a nadie en esta arriesgada aventura, aunque su atuendo demostraba lo contrario; una chaqueta negra de cuero era su seña de identidad.
Durante aquellos meses de lucha contra el fascismo, su trabajo permitió entablar amistad con los pilotos, mecánicos e ingenieros españoles y soviéticos. La barrera cultural que existía entre ambos grupos arranca en la memoria de esta nonagenaria alguna anécdota jocosa, como la que le sucedió con el General Grigoriev en un curso para capacitar pilotos de bombardeo. “Al terminar su explicación, el coronel preguntó '¿Está claro?'. Se produjo un silencio sepulcral. En ese momento, uno de los futuros pilotos intentó cortejarme con una pregunta. El coronel me pidió que tradujese lo que me había dicho. Ante una risa general, no me atreví a responder”.
Un año más tarde, Adelina volvería a la tierra del frío. Su labor en España la haría merecedora de la máxima condecoración por méritos militares en la URSS: la Estrella Roja. Aunque Adelina Abramson, su hermana Paulina, y otras tantas mujeres que actuaron como traductoras en la Guerra Civil, no son nombres conocidos de la historia. Todas ellas tuvieron la modestia de los héroes que caen en el olvido.

Link: http://es.rbth.com/articles/2012/10/05/traductoras_rusas_en_la_guerra_civil_espanola_20517.html

lunes, 24 de noviembre de 2014

Fernando Ortiz Echagüe: Un periodista, un diario, un país

Por José Claudio Escribano | LA NACION, Viernes 19 de julio de 2013

Hay ocasiones en que el apotegma de que "nada es más viejo que el diario de ayer" resulta pavorosamente cierto y, además, de una tristeza que consterna.

Fernando Ortiz Echagüe
Las noticias que pudieron bullir en los comentarios de la sociedad a lo largo de días, semanas, meses, e incluso, de años, suelen difuminarse después, testadas por el tiempo, hasta casi no quedar rastros de ellas. Otro tanto acaece con la memoria de periodistas que hicieron de sus críticas y reportajes en publicaciones cotidianas, o de más morosa frecuencia, acontecimientos de tal o cual época. El hallazgo casual, o la búsqueda afanosa, impulsada por alguna referencia feliz, en las páginas amarillentas de periódicos y revistas, pueden rescatar para la memoria colectiva tesoros ahí labrados, que ha de valorar el intelecto y lo agradecerá en homenaje a quienes fueron los artífices así desenterrados.

Nada encaja mejor, respecto de tan penosos olvidos, que el nombre de Fernando Ortiz Echagüe. Este periodista nacido en España, en 1893, fue el más grande, el más versátil, el que accedió con impecable naturalidad a las más reservadas fuentes informativas de la Europa de las dos grandes guerras. Se lució como ninguno en la pléyade de corresponsales en el exterior de los diarios argentinos del siglo XX, entre los que hubo casos de estatura inmensa, como el de Constantino del Esla, enviado a Madrid por LA NACION, durante la contienda civil de los mil días. Y, sin embargo, qué decepción, qué imperdonable incuria generalizada, porque de otra manera no se explicaría la respuesta que recibí días atrás al confiarle a un historiador de indiscutida relevancia que estaba revisando artículos de Ortiz Echagüe. Aquél contestó, con curiosidad: "Háblame de él, que no sé nada".

Temía una perplejidad como ésa, a pesar de que los cablegramas de este periodista habían resonado en más de una generación de argentinos. La obra de Ortiz Echagüe se encuentra diseminada, con invariable calidad y sustancia, en miles de páginas de LA NACION, pero no de una manera anónima. Figura, con su firma, precediendo la data de las capitales eminentes del Viejo Mundo desde las que despachó, entre 1918 y 1941, telegramas que concernían a la guerra, a la paz y a los entretelones bélicos que alistarían una vez más para el combate a esa Europa suicida cuyas guerras él mismo volvería a cubrir con sus notas, desde 1939, por segunda vez.

Era ésa la Europa enloquecida por el delirio de Hitler y Mussolini, la Europa entrampada en la defección de reyes, burgueses y proletarios y la Europa sujeta a debilidades humanas que tanto impresionaron al corresponsal del diario cuando en agosto de 1940, en Riom, el régimen de Philippe Pétain constituyó una Corte Suprema especial para juzgar a los supuestos responsables, civiles y militares, de la precipitada caída de Francia y del gobierno, entre liberal y socialista, del primer ministro Paul Reynaud: "El pueblo -escribió Ortiz Echagüe- quiere arrojar por la roca Tarpeya a los hombres que aclamaba en el Capitolio. Los pueblos son así: quieren vengar cada desastre buscando víctimas expiatorias para persuadirse a sí mismos de que ellos están libres de culpa".

Francia se negaba en ese momento a perder más sangre y prefería rodear antes al mariscal Pétain, héroe de la Primera Guerra, que al general de la resistencia a ultranza, Charles De Gaulle. Ortiz Echagüe caracterizó a los protagonistas del gran conflicto con oficio único, en crónicas certeras y bellamente escritas. Se hacía tiempo, además, para escribir sobre la frivolidad alegre de los espectáculos y las modas, a las que Europa no renunciaba en medio de terribles padecimientos. Traía al conocimiento de los lectores, también, lo que deparaban de antiguo y de más moderno los museos aún abiertos y lo que pensaban, con las abstracciones de lo eterno, sus poetas y filósofos, o lo que producían novelistas y científicos. La vida continuaba, como han atestiguado los diarios personales del capitán Ernst Jünger, uno de los más profundos escritores alemanes del siglo XX, que en nombre del Ejército del Tercer Reich ofició en París, hasta 1944, en calidad de enlace con la intelligentsia francesa.

Ortiz Echagüe había llegado a Buenos Aires, en 1911, sin otra provisión que un modesto equipaje. En 1918, después de trabajar en LA NACION, primero como cronista destacado ante el Ministerio de Agricultura, situado entonces en Florida y Lavalle, y luego como traductor de cables noticiosos, fue designado corresponsal general en Europa, con sede en París. Hombre de mundo, de relaciones infinitas y vida social ceñida a las convenciones tan rigurosas como pomposas de esa larga época, cuyas luces se apagaban sin que muchos lo advirtieran, en su vestuario de periodista disponía de tres fracs: uno, para las recepciones en París; otro, en Londres, y el tercero, en Madrid.

La liviandad de esa mención, en los tiempos desestructurados que corren, adquiere, desde otra perspectiva, relieve histórico. Sólo se trata de circunstanciarla en relación con la influencia mundial de la Argentina en los años veinte, con la paridad de entonces de diez centavos de peso por cada franco francés que se recibía y con el asombro con el cual Louis-Ferdinand Céline anotaba, en su célebre Viaje al fin de la noche , las juergas costosas de argentinos, que todo lo podían, copando por las noches la parada en los cabarets de Montmartre.

Convendrá registrar, por añadidura, otro dato verdaderamente inverosímil a esta altura del devenir nacional.

Compartamos, pues, con el lector algo que se halla bastante perdido hasta en la memoria interna de este diario. Luego de haber ocupado LA NACION, algo antes de 1910, un subsuelo en la rue Richelieu, se trasladó a la rue Eduardo VII, donde tras permanecer unos años, recaló en Champs-Elysées. Desde esas oficinas, con treinta metros de frente que daban a la vereda misma de lo que se cotiza como uno de los puntos urbanos cumbre en las valuaciones mundiales del metro cuadrado de edificación, se recortaba a escasa distancia el imponente Arco de Triunfo.

Las ocho letras de LA NACION fulguraban, rotundas, en la fachada de esa planta baja. Si hasta parece cuento, de no hallarse uno con el recorte a mano, lo que Ortiz Echagüe decía en una correspondencia referida a esa marquesina: "LA NACION basta. No es preciso agregar Buenos Aires, pues todo París sabe que LA NACION es el gran diario argentino". ¿Acaso algún bufón del poder imagina, por patológica que fuere su confianza en la extraña teoría de que en el Centenario la Argentina no era nada, que una empresa, una secretaría de Estado, una provincia, un ministerio de la Nación podría revestirse hoy, como proa visible de una soñada potencia nacional, con el esplendor de aquellos treinta metros sobre la vereda de Champs-Elysées?

LA NACION era, simplemente, lo que era el país, y los grandes protagonistas de Europa se abrían, sin reticencia, a su corresponsal general, que había visto desfilar en 1918 a los mariscales franceses Joffre y Foch al frente de sus tropas vencedoras y había presenciado, a bordo del acorazado británico Dreadnought, la rendición a los aliados de la altiva flota alemana, formada por más de 300 unidades, en el mar del Norte. En diciembre de 1932, Ortiz Echagüe escribía desde Polonia: "Aquí está preparada la mecha de la próxima guerra. ¿Quién la encenderá?" Y prevenía, a comienzos de 1938, con referencia a los Sudetes: "?si Hitler hiciera contra Checoslovaquia el acto irreparable, todo sucedería otra vez como en 1914, aunque en plazo más corto". La suerte de Europa pudo haber sido otra si Neville Chamberlain y Edouard Daladier hubieran pensado de igual modo, absteniéndose de firmar con Hitler en 1938, en nombre del Reino Unido y de Francia, los acuerdos de Munich.

En 1940, ocupado París, Ortiz Echagüe sigue al gobierno, ahora encabezado por Reynaud, en la retirada a Burdeos. Cada crónica de los sucesos constituye una reconstrucción antológica de acontecimientos que conmovían al mundo. Cae el gobierno de Reynaud y asume el mariscal Pétain, que negocia un armisticio por separado con Hitler, mientras De Gaulle, desde Londres, llama a la resistencia y al honor francés.

La censura impone un paréntesis al corresponsal, que reaparece en agosto con la publicación en serie de despachos diarios que le han sido retenidos. Extraigo, entre ese material, una perla atesorada en circunstancias en que el gobierno de la zona francesa no ocupada preparaba su instalación en Vichy. Concierne a la respuesta de Pétain, conocida de primera mano por Ortiz Echagüe, a los enviados de Churchill, que desesperando por evitar el armisticio unilateral de Francia con Hitler, increpan al viejo mariscal por la inminente violación de compromisos que París y Londres tenían contraídos desde antes del estallido de la guerra, el 1de septiembre de 1939: "Estos no son momentos para invocar tratados".

Ortiz Echagüe escribió dos libros: Pasajeros, correspondencia y carga y Al Senegal en Aeroplano . Ambos recrean notas que había publicado LA NACION. En el último, el cronista aborda en su relato uno de los aparatos Breguet, de comienzos de la aviación comercial, con la cesta llena de bebidas y comestibles que le ha preparado para el viaje la dueña de una pensión de Tolouse. Eran vuelos de muchas horas para distancias cortas y nadie había pensado todavía que las azafatas y el catering estaban llamados a cumplir servicios importantes en el espacio.

Entre 1941 y 1946, Ortiz Echagüe fue corresponsal del diario en Nueva York. En octubre, de este último año, viajó una vez más a París. En la madrugada del día 9, abrió las ventanas de su habitación en el Hotel Lancaster y se arrojó al vacío. Se encontraron sobre la mesa de luz soporíferos y hubo testimonios de que sufría de insomnio.

En octubre de 1985, se presentó en mi oficina de entonces secretario general de Redacción de LA NACIONuna mujer alta, elegante, de unos cuarenta años. Era la única hija de Ortiz Echagüe, María Dolores. Me dijo que estaba casada con el secretario de Asuntos Culturales del Partido Socialista francés. Gobernaba en Francia François Mitterrand. María Dolores pidió revisar el Archivo del diario, hurgar entre recortes y colecciones de la época. Así lo hizo, con el convencimiento de que a su padre lo habían asesinado elementos remanentes de la Francia colaboracionista, "pues sabía demasiado".

Ironías del destino. Dos de los principales datos personales de quien escribió a lo largo de la vida con maravillosa exactitud han sido imprecisos: a la información sobre su nacimiento en Logroño, se opuso con no menos vigor la leyenda de que había llegado a este mundo en San Sebastián; ante la información oficial de la policía francesa de que "la hipótesis del suicidio es la única admisible", su hija y algunos amigos contestaron con la denuncia de un crimen.

Nunca, en todo caso, sabremos la verdad incontrovertible sobre su muerte. Tal vez el misterio trágico cuadre como apropiado colofón para esa novela, plena de aventuras, que fue la vida de quien será recordado, junto con sus hermanos José, uno de los más destacados fotógrafos españoles del siglo XX, y Antonio, pintor de reconocida valía, en la muestra "La luz, el color y la palabra", que se inaugurará el 30 del actual, en el Museo Fernández Blanco. Estará abierta hasta el 29 de septiembre.

Link: http://www.lanacion.com.ar/1602331-un-periodista-un-diario-un-pais

domingo, 16 de noviembre de 2014

El embajador argentino por el embajador norteamericano

Claude G. Bowers, embajador norteamericano en España desde 1931 hasta 1939, dejo en su memoria “Misión en España” una semblanza de Daniel García Mansilla, diplomático argentino a cargo de la embajada en España durante la guerra civil, quien fue uno de los primeros en aplicar el principio humanitario del derecho de asilo:


“Desde el primer día de la guerra era evidente que se hacían esfuerzos para utilizar al cuerpo diplomático como una plataforma para la propaganda fascista. El doyen del cuerpo, que era el embajador de Argentina, era un decidido partidario de los rebeldes. Era un gracioso anciano de barba y cabellos blancos. Sus ojos eran azules y alegres, y hablaba en voz melosa, frotándose las manos. Estoy seguro de que aceptaba la propaganda de los nazis y los fascistas como verdades del Evangelio, y que su mente estaba herméticamente cerrada para cualquier información favorable al Gobierno ante el cual estaba acreditado o desfavorable a sus enemigos” (Bowers, Claude, Misión en España, Ediciones Grijaldo, 1977, p. 299)




Claude G. Bowers y Daniel García Mansilla


Lazos estrechos: Diplomáticos y marinos argentinos durante la crisis española

Por Beatriz Figallo-(Librería Histórica)-264 páginas.

Cicatrizadas las heridas de la guerra de la independencia, los vínculos entre la Argentina y España fueron múltiples e intensos. Antes, incluso, de la firma del tratado definitivo de reconocimiento, paz y amistad, en 1863, ambos países dieron muestras concretas de que por encima de las declaraciones formales persistían profundos lazos de un origen común. Esto se pudo apreciar desde la segunda mitad del siglo XIX, pero fue en la pasada centuria cuando aquel bagaje fraterno se expresó a través de hechos de profunda significación.

Beatriz Figallo, destacada historiadora especializada en relaciones internacionales, analiza en este libro el camino transitado desde los tiempos de la primera presidencia de Hipólito Yrigoyen hasta el fin de la Guerra Civil Española.

El idealismo del primer mandatario de origen radical oficializó en 1917 el reencuentro entre ambas naciones al declarar fiesta nacional el 12 de octubre. Dicho gesto no hizo más que reconocer el rico caudal emigratorio de peninsulares, así como el creciente americanismo de sectores progresistas de la sociedad española y la influencia de exponentes del panorama cultural hispano, que visitaban nuestra tierra.

Mientras los diplomáticos de Yrigoyen y del presidente Marcelo T. de Alvear asistían a la crisis política de la monarquía de Alfonso XIII, se hacía notar en importantes círculos argentinos el pensamiento de Ramiro de Maeztu, enviado como embajador del gobierno de Miguel Primo de Rivera, experiencia autoritaria que terminaría echando por tierra a la dinastía borbónica, para dar paso a la Segunda República.

La reinvención de una España republicana no coincidió con el derrotero institucional argentino, signado en primer lugar por el golpe militar del general Uriburu y luego por el gobierno conservador del general Agustín P. Justo. Sin embargo, más allá de las relaciones oficiales, el florecimiento de ideas y realizaciones artísticas de ambos países produjo un notorio acercamiento.

A pesar de la admiración de la clase dirigente argentina por los intelectuales que militaban en la República, transcurridos pocos años se hizo evidente que los cambios que requería España no se realizarían sin resistencia. El embajador argentino en Madrid, Daniel García Mansilla, destacó en sus informes al Ministerio de Relaciones Exteriores, el encono que enfermaba la política y la sociedad española y que parecía conducir a una lucha armada. El diplomático comenzó a prepararse para proteger a la colonia argentina y a los españoles que pidieran su amparo.

La guerra estalló el 18 de julio de 1936, con el pronunciamiento de un grupo de generales enseguida encabezados por Francisco Franco, y España quedó dividida espiritual y geográficamente en dos bandos: republicanos y nacionales.

La Argentina actuó sin vacilar. Concedió asilo en la residencia de verano de la embajada; en la sede diplomática en Madrid, en casas arrendadas como partes de la legación a fin de extender la extraterritorialidad, y en los consulados ubicados en distintos lugares de la península. Mientras tanto, el gobierno enviaba dos buques de la Marina de Guerra: el crucero 25 de Mayo y el torpedero Tucumán , que se convirtieron en refugio de los perseguidos políticos de ambos bandos y en socorro para argentinos y extranjeros en apuros. Cabe señalar que la Argentina acompañó a la Segunda República en su ocaso, y que sólo después de la renuncia del presidente Manuel Azaña, con el triunfo nacional consumado, reconoció al gobierno de Burgos.

La autora desarrolla minuciosamente ese proceso, en una investigación basada en numerosos testimonios, que refleja el relevante papel alcanzado por nuestro país en el plano internacional, bajo la conducción del canciller Carlos Saavedra Lamas, en el auge de su carrera. .

Miguel Angel De Marco
La Nación, 15 de julio de 2007
Link: http://www.lanacion.com.ar/925530-lazos-estrechos

lunes, 10 de noviembre de 2014

Alberti y León, los inmigrantes

La Guerra Civil hizo que muchos españoles buscaran amparo en la Argentina; entre ellos, estuvieron el poeta Rafael Alberti y su pareja, María Teresa León. Se quedaron mucho tiempo: desde 1940 hasta 1963.

Se cumplieron 70 años del inicio del exilio en la Argentina de la pareja formada por el poeta Rafael Alberti (1902-1999) y la cuentista y articulista María Teresa León (1902-1999). Llegaron a Buenos Aires el 2 de marzo de 1940, a bordo del Mendoza que había zarpado de Marsella, y partieron a Roma 23 años después, el 28 de mayo de 1963. En esos 23 años rioplatenses refundaron su familia, con la llegada de la hija de ambos, Aitana, y luego con el arribo de Gonzalo, el hijo mayor del matrimonio de María Teresa con Gonzalo de Sebastián Alfaro, de quien se había separado antes de comenzar su relación con Alberti.

En el puerto los esperaba un numeroso grupo de escritores, artistas, periodistas: la escritora y cónsul chilena Marta Brunet, la escultora María Carmen Portela, Margot Portela Parker (hermana de María Carmen y también pintora, la sin par "Malinverno" de las chanzas y de la correspondencia, aún inédita, con Rafael), Sara Tornú -"la Rubia"- y su esposo Pablo Rojas Paz, el abogado Rodolfo Aráoz Alfaro, el director de cine Arturo Mom, Gori y Maricarmen Muñoz, Manuel Ángeles Ortiz. Así lo cuenta María Teresa en Memoria de la melancolía:

Y llegamos al Río de la Plata. [.] ¡Cuánta gente aglomerada, esperando! Vimos subir a una señora joven con gafas que preguntaba y se reía. Tardó muy poco en atropellarnos con sus preguntas: "Rafael Alberti, ¿verdad? Y María Teresa. Soy el cónsul de Chile, por eso me han dejado pasar. Bienvenidos. Me llamo Marta Brunet". [.] Y nos abrazaba, "¡Martita Brunet!", la llamaríamos más tarde. Sólo Martita. No olvido la mirada primera de sus ojos chiquitos de miope. No olvido su voz. [.] Una hermosísima mujer consiguió pasar la barrera y nos abrió sus brazos. "Soy María Carmen." "¿Y Amparito?", seguíamos preguntando, mientras descendíamos cargados de paquetes. No nos contestó María Carmen Portela.

Las palabras de María Teresa León ilustran lo que la importantísima foto hasta hoy desconocida también nos dice: ha llegado el Mendoza, y ahí están, adelantándosenos, intactos, los personajes mencionados por ella, Marta Brunet y, en primer término, María Carmen Portela. Está ausente su íntima amiga, Amparo Mom, mujer de Raúl González Tuñón: María Teresa pregunta y presiente lo que inmediatamente le dirán, que ha muerto hace tres días.

La permanencia de los Alberti en Buenos Aires es aún ilegal, pero el doctor Rodolfo Aráoz Alfaro, esposo en estos años de María Carmen Portela, les sugiere que pidan un permiso de cuatro días para visitar la ciudad, y luego se refugien en su casona de El Totoral, en la provincia de Córdoba. ¿Dónde pasan los Alberti estos primeros días porteños? Una carta de María Teresa a Corpus Barga recientemente publicada (Cartas a Corpus Barga, Instituto Alicantino de Cultura Juan Gil-Albert, 2008), lo revela:

Queridísimos: acabamos de instalarnos en este sereno día de Buenos Aires. Es tanto el dolor y la pesadilla que acabamos de vivir que casi no acierto a escribiros. La pobrecita Amparo murió tres días antes de nosotros llegar. En el delirio sólo habló de nosotros. De las conferencias, de cómo éramos, de cuánto nos quería. [.] Hemos conocido gracias a la generosa simpatía de Amparito una familia asombrosamente buena que nos trata como suyos. El hermano de quien tanto ella hablaba es un hombre admirable. Vivimos con él. Está pendiente de nosotros. [.] Hemos conocido a la pobre madre, y a una amiga maravillosa, María Carmen Aráoz Alfaro. [.] Creo que empiezo a quererla mucho.

Amparo Mom y su esposo, Raúl González Tuñón, habían afianzado su amistad con los Alberti en España y en París. Y había sido Amparo -escritora e intelectual injustamente olvidada- quien había insistido en que Buenos Aires podía ser el lugar adecuado para el exilio de los Alberti. El piso en el que se alojan no bien llegan es precisamente el del hermano de Amparo, Arturo Mom, "Neneo" para los amigos, el director de exitosas películas del momento como Loco lindo, de 1936. Y María Carmen Portela, íntima amiga de Amparo Mom, con quien también había compartido trabajos e inquietudes artísticas y tan injustamente olvidada como ella, será una de las primeras y más importantes relaciones de los Alberti en la Argentina y luego en el Uruguay.

Sigue inmediatamente la estancia en El Totoral: allí,Rafael y María Carmen se tomaron fotos al abrigo del reparador patio de la casa de los Aráoz Alfaro, en las estribaciones de Córdoba. Vale recordar que María Carmen Portela es la escultora de un busto en bronce de su amigo Rafael Alberti).

En El Totoral residirán los aún indocumentados María Teresa y Rafael -con viajes a Buenos Aires, al menos de María Teresa, que se encarga de los trámites para conseguir la residencia- hasta que, con fecha 30 de septiembre de 1940, les es otorgada la autorización de permanencia en el país (Fondos Gonzalo de Sebastián León-Centro Cultural de la Generación del 27, Málaga) y se instalan en la Capital. ¿Dónde se instalan?

"Y me asomo al balconcillo del primer departamento, calle Tucumán, en una casa de Victoria Ocampo", vuelve a decirnos María Teresa. Pero ya sabemos que no fue así: Rafael y María Teresa vuelven a instalarse en el edificio de Libertad 1693, ahora en el piso 4, departamento B, como lo confirma la carta de María Teresa al poeta Juvenal Ortiz Saralegui del 19 de febrero de 1941 (Rafael Alberti en Uruguay, correspondencia, testimonios, crítica, SECC, 2002). Recién después llegarán a la casa de Victoria, en la calle Tucumán 677-7° C, y todavía faltará el domicilio de Santa Fe 3735, 7° A, antes de arribar, al fin, a la tan querida casa de la calle Las Heras 3783.

En Libertad 1693 -esquina Avenida Libertador-, sobre el bajo de la ciudad, sólo a tres cuadras de Suipacha 1444, la casa de Oliverio Girondo y Norah Lange, pasaron sus primeros tiempos porteños Rafael Alberti y María Teresa León. El edificio de estilo racionalista todavía se conserva (aclaración que siente necesaria cualquier sudamericano): es del año 1935, y uno de sus diseñadores, el ingeniero Adolfo T. Moret (el otro fue Carlos Méndez Calzada), acompañaría a Alberto Bullrich -el mismo arquitecto que creó el Obelisco porteño- en la edificación del Teatro Gran Rex, de 1937, el emblemático edificio de la calle Corrientes.

¿Olvidaron Rafael y María Teresa el primer balcón marinero del exilio argentino? ¿Empañó la nostalgia -o, tal vez, la angustia- la gran vista al Bajo, a las barrancas de la ciudad, al puerto, con el primer verde extendido hasta el río (¿la primera arboleda perdida?), y el Río de la Plata tan inmenso, desplegado como un mar? ¿Olvidaron la primera proa enfilada hacia el otro mundo, hacia la otra orilla?.

Por Irma Emiliozzi
Para LA NACION - Viernes 10 de diciembre de 2010

Link: http://www.lanacion.com.ar/1332204-alberti-y-leon-los-inmigrantes

domingo, 9 de noviembre de 2014

Indalecio Prieto en el Luna Park de Buenos Aires (1939)

MI MISIÓN, ES MISIÓN DE PAZ, DICE INDALECIO PRIETO

Por Leandro R. Reynés
Revista Caras y Caretas, Buenos Aires, 21 de enero de 1939

Leandro R. Reynés, periodista de Caras y Caretas,
junto a Indalecio Prieto
Indalecio Prieto. Así no más. Con sólo el apellido paterno. No hace falta el otro, aunque muy respetable, para individualizar a este Prieto que nos ha enviado como visitante ilustre la España republicana. Porque Prieto, Indalecio Prieto, hay uno sólo. Y es inconfundible. Por su mentalidad robusta. Por su noble corazón. Y por su cuerpo robusto también. Es inconfundible en su físico obeso y pesado. Pero por contraste, es asimismo inconfundible en su inteligencia ágil, en su memoria prodigiosa, en su pensamiento audaz, en su oratoria fogosa y altiva, en su sonrisa de hombre bueno a quien duele, con dolor profundo, la intensa tragedia que está sufriendo su patria. Y es inconfundible en la gran obra que tiene cumplida en España, como periodista, como militante socialista, como legislador, como ministro o como simple ciudadano.
Indalecio Prieto es una de las personalidades más destacadas del socialismo español, Encabezaba hasta antes de la guerra, la fracción reformista del socialismo, en oposición al grupo marxista u ortodoxo que tenía por jefe a Largo Caballero. Siempre sostuvo con integridad su tendencia moderada, y por pretender imponerla en su partido, fue objeto de críticas, de motes y hasta de insultos. Más aún. Después del primero gobierno republicano, surgido como consecuencia de la derrota de la monarquía en los comicios comunales del 14 de abril de 1931; después del gobierno de la CEDA, que dio resurgimiento transitorio de las fuerzas conservadoras, y al llegar de nuevo al gobierno los socialistas, Indalecio Prieto tuvo la visión anticipada del conflicto sangriento que iba a estallar en su país. Lo anunció con antelación. Fue profeta de la desgracia inminente de su España. Y, por serlo, un día lo apedrearon sus propios compañeros de ideas, al retirarse de un mitin famoso, donde se había arriesgado, haciendo caso omiso del halago popular, a predecir la tormenta que iba a desencadenarse sobre su patria, con sombras de dolor y de luto. Se le atribuyeron entonces, dentro y fuera de España, intenciones y propósitos derrotistas. Poco después se cumplía su predicción. Y más tarde, llevado por el desarrollo de los acontecimientos, paso a ocupar el Ministerio de la Defensa de la República, desde el cual desarrolló una obra formidable de organizador y de patriota que hoy todo el mundo reconoce y aplaude. Hoy, Indalecio Prieto, es ídolo del pueblo. Y las mismas multitudes que antes le agraviaron, hoy le rinde tributo de admiración y simpatía, allá, en España, y también lejos de España. El más que entusiasta recibimiento que le dispensó el pueblo de la capital, ha sido una demostración de ello, entre nosotros también lo han sido los agasajos que se le ha hecho y las numerosísimas visitas que ha recibido durante su estada en Buenos Aires.
Por estos motivos, no ha sido fácil entrevistar al líder socialista español. Yo logré que me recibiera, después de algunas tentativas frustradas, precisamente el día que había resuelto no recibir a nadie.
Breve fue la conversación, pero lo suficientemente amplia como para recoger de labios del líder viajero sus impresiones fundamentales.
-Ya conoce usted cuál es mi misión en este viaje por América. He ido a Chile, representando al gobierno de la República Española en la asunción del mando del presidente Aguirre Cerdá, elegido allí por el Frente Popular. Tengo, con respecto a este mandatario, la seguridad de que hará obra beneficiosa para el pueblo chileno. Ahora, en la Argentina, me propongo intervenir en actos organizados por mis compatriotas, con objeto de estimularlos a intensificar la ayuda a España republicana y de conversar con ellos sobre los problemas de la reconstrucción de mi patria, una vez terminada la guerra. América ha contribuido en forma amplia y generosa a afrontar los problemas creados por la contienda al gobierno y a la población civil española. Y América deberá ser la base principal del resurgimiento de España, una vez finalizada la lucha, que será con el triunfo de las armas leales. Espero hallar en mis compatriotas y en los amigos de la República Española en América el apoyo que merece mi patria, puesta en tan duro trance por las circunstancias conocidas. Mi misión, pues, es una misión de paz.
Luego, el señor Prieto tiene un amable recuerdo para Caras y Caretas, y lo sintetiza en un autógrafo, que me entrega complacido. Nos despedimos, y me retiro, dejándole en medio de sus papeles y libros, entregado a la tarea de preparar los discursos que, a estas horas, ya habrá dirigido al país desde el Centro Asturiano y desde el Luna Park.



martes, 4 de noviembre de 2014

Memorias de la Guerra Civil Española, desde una hija eterna del exilio

El drama de los niños que debieron refugiarse en otros países durante la guerra civil es una realidad de la que aún quedan heridas y sobrevivientes. Testimonio y fortaleza de alguien que lo vivió y se anima a revivirlo por medio de la palabra.

Por Gisela Gallego



Conocidos como «Los niños de la guerra civil española», este numeroso grupo de hijos de militantes antifranquistas padecieron el destierro en esa contienda bélica. En la mayoría de los casos, se refugiaron en países que de alguna manera se congraciaron con el gobierno de la segunda república, el cual optó por la evacuación masiva de su población infantil, a fin de evitar los peligros inminentes que corrían los más pequeños y vulnerables.
Se trató de un éxodo infantil sin precedentes: incluyó a más de 30.000 niños que partieron, en su mayoría solos, por tierra o mar, a países como Francia, Bélgica, Inglaterra, la Unión Soviética, México, Suiza y Dinamarca. Muchos de ellos echaron raíces en los pueblos receptores, y se los denominó «los niños que nunca volvieron». Otros fueron repatriados a España, pasado el conflicto armado o muchos años después, tras la muerte del dictador Francisco Franco.
De esos niños sobrevivientes, que hoy rondan entre los 78 y 90 años, actualmente viven en Argentina alrededor de seiscientos.
El Gran Otro tuvo oportunidad de hablar con María Luz Senosiain, una mujer vasca de 81 años, nacida en San Sebastián, que hoy reside en el barrio de La Boca. Ella es testigo y protagonista de este capítulo triste de la historia española contemporánea; sin embargo, se muestra altiva, fuerte y aguerrida, relativizando con su actitud todas las heridas de guerra que inexorablemente lleva en el alma...

Leer entrevista completa en: Revista El Gran Otro - Arte Contemporáneo/Psicoanálisis
http://elgranotro.com.ar/index.php/memorias-de-la-guerra-civil-espanola-desde-una-hija-eterna-del-exilio/


domingo, 26 de octubre de 2014

Vivir de Pie. Las Guerras de Cipriano Mera

Este largometraje documental narra a través de documentos inéditos la odisea de un trapero y cazador furtivo que se hizo albañil sindicado en la UGT y se convirtió en revolucionario y hombre de acción de la CNT. Es la vida del albañil que llegó a mandar en el IV Cuerpo de Ejército en la Guerra Civil española y venció a los generales italianos; y del General que retomó la paleta pero mantuvo su objetivo: matar a Franco. También es la historia desconocida de un camarero, un sastre, un ferroviario, .... que en sus dobles vidas eran El Viejo, La Leona, El Fraile... La vida de aquellos que enarbolaron las banderas de la Libertad y osaron a soñar con un mundo nuevo.

Este documental explora la personalidad de Cipriano Mera, los ideales y hechos de una época que hicieron de su vida una gran aventura de la utopía y de él, un protagonista privilegiado del viaje de la historia.

Fue creado y realizado en 2009 por la productora valenciana independiente de cine y televisión Los Sueños de la Hormiga Roja.

En el largometraje aparece nombrada la militante argentina Mika Etchebéhère.





domingo, 19 de octubre de 2014

"Pilar Sánchez Fernández, una mujer en guerra" por Diego Naselli

Entrevista exclusiva a Pilar Sánchez Fernández, española afiliada a la CNT y costurera de uniformes para los defensores de Madrid. Sobreviviente de la Guerra Civil española y emigrada a Argentina junto a su esposo, Florencio Alonso Vega.
Durante la República española, las mujeres recibieron derechos políticos y sociales que les habían sido negados anteriormente pero, con el estallido de la Guerra Civil, las españolas adquirieron nuevos roles y se movilizaron para luchar a favor del gobierno leal. Enroladas como milicianas, se convirtieron en el símbolo de la lucha contra el fascismo y pelearon junto a los hombres en los diferentes frentes de batalla. Para marzo de 1937, el papel de las mujeres en el bando republicano cambió y fueron trasladadas a la retaguardia para realizar actividades de asistencia social.

lunes, 13 de octubre de 2014

La Guerra Civil Española y la polarización ideológica y política: la Argentina 1936-1946 por Luis Alberto Romero

Resumen
En la Argentina, la Guerra Civil Española conmovió fuertemente a la colectividad española y a la sociedad toda, que se movilizó en ayuda de uno u otro bando. La mayoría, de tradición liberal, democrática y reformista, adhirió a la República, pero los partidarios del franquismo constituyeron una minoría importante, reclutada principalmente en el pujante antiliberalismo católico y nacionalista. En este artículo se analizan sus repercusiones en la política, su traducción y adaptación a las circunstancias locales. En particular se siguen las alternativas del frente antifascista. Este
fue muy fuerte en el campo cultural e intelectual, donde los emigrados republicanos españoles tuvieron una fuerte presencia. En ese proceso hubo dos momentos de quiebre importante: el golpe militar de junio de 1943, que fue interpretado como el triunfo del fascismo en la Argentina, y la elección de Perón en 1946, un heredero del golpe militar que sin embargo reclutó apoyos en los sindicatos obreros, que hasta entonces habían apoyado el antifascismo. Explicar este final paradójico es la intención de este artículo.

Descargar artículo completo:Romero, Luis Alberto, La Guerra Civil Española y la polarización ideológica y política: la Argentina 1936-1946, Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura * vol. 38, n.º 2 - jul. - dic. 2011 * issn 0120-2456 * Colombia * págs. 17-37.

TESIS DOCTORAL: LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA Y LA POLITICA ARGENTINA por Silvina Montenegro


Esta tesis estudia el entramado político argentino de la segunda mitad de la década de 1930 poniendo el foco del análisis en la movilización que floreció en ese país en torno a la guerra civil española. La elección es intencionada, porque creemos, e intentaremos demostrarlo a lo largo de las próximas páginas, que una serie de problemas del campo político e ideológico argentino de aquellos años cobraron cuerpo gracias a que la particular recepción de la guerra de España les dio unas herramientas, un lenguaje y unas formas de expresión.
 Por ello, no es el conocimiento del apoyo argentino a los bandos enfrentados en la península la motivación principal y única que anima nuestro análisis, sino una perspectiva de más largo alcance: estudiar cómo una problemática coyuntural y en principio ajena a las fronteras nacionales, pudo contribuir a la configuración de una renovada y duradera cultura política. La conceptualización de este término ha sido desarrollada y afinada por una nutrida bibliografía, como Lucian Pye, René Remond, Serge Berstein o François Sirinelli.
Apoyándome en ellos, pero ajustándola a mis propios intereses, he construido una definición de cultura política que la entiende como el conjunto de prácticas, ideas, sentimientos, percepciones e imágenes que ordenan y dan significado a un proceso político y que configuran las pautas de comportamiento en un sistema político. De alguna manera podríamos decir que contribuyen a la conformación de una tradición política.

Descargar tesis completa: Montenegro, Silvina, La guerra civil española y la política argentina, Universidad Complutense de Madrid, Madrid, 2002

jueves, 9 de octubre de 2014

España Republicana, una lectura de la Guerra Civil desde Argentina

María Teresa Pochat
Universidad de Buenos Aires

Olivar v.7 n.8 La Plata jul./dic. 2006

Resumen
España Republicana fue el órgano de prensa del Centro Republicano Español de Buenos Aires que, entre 1918 y 1964, resultó un medio esencial para la comunicación de las noticias de España en materia política, cultural, económica y social. Además de constituir un ámbito de información, dio lugar al diálogo entre entidades españolas de la Argentina y sirvió como vehículo a la hora de reunir material de ayuda en los momentos más duros de la Guerra Civil y de la posguerra. En sus páginas, las personalidades más destacadas de la II República aparecen como protagonistas, con sus alocuciones citadas en discurso directo, en plena toma de decisiones y, muchas veces, como firmantes de colaboraciones dedicadas en exclusiva a ser publicadas en el periódico. Dada la importante función que cumplió España Republicana durante la Guerra Civil, hemos creído útil dar a conocer en este número mono-gráfico los detalles de un trabajo que formó parte de un amplio proyecto de investigación de archivos que desarrolla el Ministerio de Cultura español, en colaboración con la Fundación "Claudio Sánchez-Albornoz". En síntesis, la tarea consistió en la microfilmación y elaboración de un índice comentado de cada uno de los más de mil números disponibles de la publicación, con un detallado registro de contenidos, onomásticos e instituciones, entre otros aspectos considerados, a fin de facilitar a los investigadores de todo el mundo la localización de los datos de su interés.

Descargar artículo completo: Pochat, María Teresa, "España Republicana, una lectura de la Guerra Civil desde Argentina", en: OLIVAR v. 7 n.8 La Plata jul/dic. 2006

lunes, 6 de octubre de 2014

Rodolfo González Pacheco: Luchador social anarquista, dramaturgo y periodista

Por Carlos Solero - El Ciudadano y la Gente web - 17 marzo 2014

Rodolfo González Pacheco hizo de su escritura una herramienta para despertar conciencias y animar al cambio.

Simón Radowitzky junto a Rodolfo González Pacheco
Si para alguien en estas tierras la escritura no fue un mero pasatiempo y sí en cambio una herramienta para despertar conciencias y alentar acciones de lucha solidaria es posible señalar con claridad al propagandista ácrata Rodolfo González Pacheco.
En efecto, con sus célebres Carteles, González Pacheco moviliza nuestra sensibilidad y pensamientos y nos interpela de modo tal que el pasaje a la acción solidaria es el lógico devenir de quien se acerque a sus escritos.
Rodolfo González Pacheco nació el 19 de agosto de 1882 en Tandil, provincia de Buenos Aires, en el seno de una familia con relativo buen pasar económico. Pero en su temprana juventud el encuentro y la lectura de unos folletos de propaganda anarquista dejados en un galpón de la chacra familiar por un grupo de peones golondrina despertó su sensibilidad rebelde y con los años se convirtió en uno de los difusores más importantes del ideario anarquista en la región del Río de La Plata.
Artículos en periódicos, análisis de la situación social y obras de teatro con un estilo personalísimo fueron surgiendo de su pluma apasionada.

El comienzo
En un viaje a Buenos Aires el joven Rodolfo tomó contacto con los periodistas y dramaturgos anarquistas Florencio Sánchez y Alberto Ghiraldo y conoció al poeta Evaristo Carriego, y el vínculo con estos escritores militantes lo estimuló a escribir incansablemente.
Como afirma uno de sus biógrafos, Alfonso Rey, en sus Estampas bravas, Pacheco fue adquiriendo una conciencia social cada vez mayor. “La realidad ha herido sus ojos y oprimido su corazón, y de esa experiencia extrae una comprobación la terrible existencia de la injusticia y la fealdad circundantes en la sociedad”, afirmó.
Su espíritu poético reflejaría esto con imágenes de exaltado lirismo, de gran potencia, como es posible observar en su obra teatral Hermano lobo donde dice: “El anverso de la vida es la belleza pero el reverso es la justicia”. Belleza y justicia entremezcladas, dice Rey, son los elementos con que González Pacheco irá forjando su mensaje de amor y poesía. La realidad brinda los materiales.
En uno de sus Carteles González Pacheco expresa: “Nuestras ideas trabajan con la humanidad a la vista. No hablo de pobres ni ricos; hablo del Hombre”.
En La inundación, otra de sus obras de teatro dice: “El que monta su miseria o su riqueza creyéndose que va asentado en la vida es un zonzo que pedalea su zoncera. Si es pobre, cuesta arriba; si es rico, cuesta abajo. Pero igual de zonzo siempre…”.
En Hermano lobo González Pacheco sentencia: “La cuestión es más de alma y de sentimiento que de posesiones y de alcurnia como la quieren hacer creer algunos desesperados y engreídos”.

Una vida activa
En Reconstruir, Revista Libertaria Nº 90 de mayo-junio de 1974, Vladimiro Muñoz incluyó una exhaustiva cronología de Rodolfo González Pacheco, nuestro autor-militante.
En el año 1906, Rodolfo González Pacheco se encontró en Buenos Aires con los activistas ácratas Teodoro Antillí y Federico Gutiérrez, quien a instancias de Pacheco abandonó la policía, donde trabajaba, para hacer propaganda anarquista. Estos tres hombres fundaron los periódicos Campana Nueva y Germinal. También crearon un periódico satírico al que “bautizaron” La mentira, con el llamativo subtítulo de “Órgano de la patria, la religión y el Estado”.
En 1907, González Pacheco participó activamente de la huelga de inquilinos, conocida también como “la huelga de las escobas”, con la cual los habitantes de los conventillos, hartos de los abusos y el maltrato, generaron un movimiento de protesta de grandes proporciones.
El de 1907 sería el año en que vio la luz Rasgos, su primer libro de prosa y poesía.
El año 1908 fue muy importante para el movimiento anarquista. La Protesta se convirtió en diario matutino dirigido por Diego Abad de Santillán y en los mismos talleres gráficos se editó el vespertino La Batalla, cuya responsabilidad editorial asumió Rodolfo González Pacheco.
A raíz de sus intensas actividades de lucha y propaganda en las huelgas de 1909 y 1910, en 1911 González Pacheco cae preso de la oleada represiva gubernamental y es enviado a la cárcel de Ushuaia. A su retorno del maldito penal de la “Siberia argentina” fundó el periódico Libre Palabra y compartió con Alberto Ghiraldo y Teodoro Antillí la dirección del vocero anarquista La Protesta. Además, viajó a México para participar de la revolución en ese territorio, enviando crónicas sobre los hechos a España para el periódico Tierra y Libertad.
Desde 1911, dando conferencias, recorrió dando conferencias sitios tan alejados como La Habana (Cuba), Barcelona y diversas ciudades de Galicia.
El 16 de setiembre de 1916 la compañía teatral de Enrique Muiño y Elías Alippi estrenó su obra Las víboras.
En 1917 se fundó la agrupación anarquista La Obra, que publicó el periódico del mismo nombre y que González Pacheco y Antillí sostuvieron con la renta de los productos agrícolas obtenidos en una chacra que ellos mismos trabajaron en un ejemplo de ruptura con la falsa antinomia capitalista de trabajo manual versus trabajo intelectual.
En 1921, González Pacheco creó el periódico anarquista La Antorcha y desde allí acompañó las luchas del movimiento obrero y social de la región, denunció las matanzas de La Forestal y la Patagonia Trágica y participó activamente en la campaña por la libertad de Sacco y Vanzetti, condenados a la silla eléctrica en Estados Unidos.
Cuando comenzó la Guerra Civil en España (1936-1939), viajó a bregar por la revolución libertaria en la península ibérica.
La vida y la obra de Rodolfo González Pacheco son tan vastas que resulta muy difícil resumirlas en pocas líneas. La intención de esta columna es llevar a los lectores al encuentro con los escritos de un ser humano que tuvo el coraje de enfrentarse a los poderosos con ideas claras y contundentes.

Teatro y periodismo
Las obras de teatro de Rodolfo González Pacheco hacen vibrar al lector y despertaban en el público singular pasión por reflejar y denunciar las injusticias sociales, convocando a luchar para construir una sociedad sin amos ni dioses, sin explotadores ni explotados. Pueden mencionarse entre otras Juana y Juan, El hombre de la plaza pública y Hermano lobo.
Los Carteles fueron publicados por editorial Américalee y reúnen semblanzas de luchadoras y luchadores sociales, críticas y reflexiones.
La existencia de Rodolfo González Pacheco se apagó el 5 de julio de 1949 en Buenos Aires a las once de la mañana. Vladimiro Muñoz afirma que fue cremado y sus cenizas se mezclaron para siempre con la tierra rojiza que había traído de la España libertaria donde había estado aportando como uno más a la revolución y la lucha antifascista.
El legado de Rodolfo González Pacheco continúa vigente.
En su cartel “Gualeguaychú” dice: “No van a ser nuestros huesos los que se alzarán de la tierra sino nuestros pensamientos de amor, de paz y de vida libre. Caigamos, pues, por algo más que por odio o por venganza: ¡Por la libertad, que ha de perdurar eterna más allá de nosotros, más allá de los tiranos, más allá siempre!”.

Fuente: http://www.elciudadanoweb.com/luchador-social-anarquista-dramaturgo-y-periodista/



domingo, 5 de octubre de 2014

Entrevista a Pilar Sánchez Fernández: “Abrieron los talleres porque no había ropa para mandar a las trincheras”

Por Diego Gerardo Naselli
Profesor en Historia

Pilar Sánchez Fernández sosteniendo su retrato.
Este mes de noviembre (2011) se recuerdan los 75 años del inicio de la defensa de Madrid durante la Guerra Civil española y  Huellas de la Historia entrevistó a Pilar Sánchez Fernández, española afiliada a la C.N.T. y costurera de uniforme para los defensores de Madrid, sobreviviente de la Guerra Civil y emigrada a Argentina. Con 92 años de vida, Pilar Sánchez vive en Córdoba desde los ’50 y llegó a Argentina junto a su esposo Florencio Alonso Vega, mendocino y excombatiente republicano en España.
A través de la entrevista a Pilar Sánchez, homenajeamos a todas aquellas mujeres que lucharon como milicianas en la defensa de Madrid y también a todas aquellas mujeres que, en la retaguardia, fueron el sostén de las fuerzas republicanas que se enfrentaron a la rebelión fascista.

D.N.: ¿Cómo fue su vida al comienzo de la guerra en Madrid?
P.S.: Cuando empezó la guerra la zona que vivíamos fue bombardeada y donde no bombardeaban se metían los militares y quitaban las maderas de las ventanas para calentarse. No teníamos ventanas más que los huecos y así nos metimos mi madre y yo. Con sábanas, con mantas, con todo tapábamos en la noche las aberturas, no había ventanas, ni puerta, ni nada, era la calle Orgaz número 6 al lado del río Manzanares. Después, nos fuimos a la casa de unos tíos míos en la calle Leganitos [sic], un señor que hacía botas de vino y pellejos de vino, que vivían al frente de una sección de policía. Allí, cuando era la guerra, cayo una bomba, mitad de la casa voló y de la policía parte pero pudieron seguir allí pero a nosotros nos trasladaron a la casa de un señor que el padre fue el primero que vino con un barco a la Argentina y lo tenían hecho de tamaño más pequeño en su casa, no nos dejaban más que verlo. Nosotros estábamos en un sótano, en un sótano he vivido a partir de cuando nos fuimos de mis tíos; póngase que dos años y medio viví en un sótano con una ventanita arriba que daba a la calle para que entrara un poquito de aire. Allí vivimos tres familias, una se llamaba Colao [sic] de apellido y nosotros que éramos Sánchez.

D.N.: ¿En qué años vivió en el sótano?
P.S.: Creo que fuimos al sótano terminado 1937 pero cuando entraron ellos en 1939, cuando entraban las tropas mataban a personas en las calles y se escondieron en las ventanas y los fascistas tiraban. Nosotros vivíamos en la calle Covarrubias con el paseo Sagasta, el paseo por donde entraban los que se retiraban del frente. Cuando los retiraban del frente tenían que venir por la calle Sagasta para entrar y nosotros estábamos en la calle Covarrubias pero como había terminado la guerra nos subíamos a los pisos de arriba porque la gente de esos pisos había desaparecido. Estábamos todos los de los sótanos, nos subimos a ver y entonces me pillo con fiebres de tuberculosis y mi madre tenía que pagarle dos huevos al médico para que me trajera algún medicamento o un pedazo de pan, este tipo de cambio se tuvo toda la guerra.

D.N.: ¿Dónde trabajó durante la guerra?
P.S.: Trabaje en Intendencia Militar y antes de Intendencia Militar estuve en el Sindicato -tenía que haber empezado por ahí-. Yo no tenía los 16 años y mi hermano mayor me anotó en el Sindicato C.N.T. [Confederación Nacional del Trabajo] que tiene la fama de ser anarquista pero también hay republicanos.

D.N.: ¿Qué trabajo hacía en el Sindicato?
P.S.: Antes de empezar la guerra ya era socia y cuando se dio el levantamiento fui y me dijeron: «como no te podemos mandar a otro lado porque no tienes los 18 años vas a ir a una comandancia para atender que es lo que pasa». Me fui a un pueblo llamado Lozoyuela, del partido de Madrid pero a las afueras, es un pueblecito pequeño. En ese lugar, yo estaba solamente para vigilancia de los representantes de ese pueblo pero -también si puedo decir la verdad- había unos fascistas. Allí estábamos dos porque nunca mandaban a una sola a ningún sitio y una vez que se pasaban cartas unos a otros para llevarlas, le dije a mi compañera: «qué te parece Socorro (se llamaba María Socorro pero la llamábamos Socorro), –digo- mira han estado escribiendo y he oído que uno había dicho que no lo vean las chicas, escóndelo» y lo pegaron debajo de la mesa. Cuando se fue uno y el otro dormía en la Intendencia, se levantó Socorro, lo sacó, yo sabía poco leer y veo que daban cita a los fascistas por el sitio que tenían que entrar para tomar al pueblo.

D.N.: ¿Les avisaban a los fascistas por donde ingresar?
P.S.: Por donde tenían que entrar, eso fue en el pueblo de Lozoyuela, en la casa del cura. No vivía allí el cura pero era la casa de él. Después, ya vino mi padre y hablo con ellos y les dijo que no podía quitarme si era mi gusto pero que no le gustaba que estuviera afuera de Madrid. Entonces volví al Sindicato y los del Sindicato me mandaron a Intendencia Militar y lo que allí hacíamos era la ropa para los militares, éramos cuatrocientas mujeres más los hombres que cortaban y preparaban.

D.N.: En Intendencia Militar ¿confeccionaban la ropa?
P.S.: Allá fabricaban la ropa. Para cortar había hombres y, cuando se fue aprendiendo, también mujeres pero, por lo menos, 380 estaban en máquinas trabajando, la mujer que hacía las mangas no hacía la espalda.
En Intendencia Militar abrieron esos talleres porque no había ropa para mandar a las trincheras y para que salieran más pronto hacíamos así, eran 380 en máquinas, más los cortadores, preparadores y ahí una de nosotras hacía las mangas, otra preparaba la espalda con el delantero, otra ponía los bolsillos; la ropa iba corriendo además porque estábamos muy juntas, si yo ponía, yo armaba pero todo estaba dispuesto sobre pies que habían puesto y se fabricaba toda la ropa. No hubo otro sitio que fabricara en Madrid, nada más que allí, todos los días la misma cosa. Los talleres estaban frente a la Puerta del Retiro madrileña, que eran unos garajes antes de la guerra, los garajes Trema donde se exhibían los coches nuevos que salían. Había que ir por la calle Alcalá, la Puerta Alcalá, frente al Retiro que queda a la derecha y nosotros estamos a la izquierda.

D.N.: ¿Cuánto tiempo trabajó en Intendencia Militar?
P.S.: Toda la guerra menos cuando me enferme con tuberculosis. Trabaje en la Intendencia Militar hasta que terminó la guerra, allí ya me empezaron a pagar los aportes sociales, luego seguí trabajando en “Cantero y Olona”, así se llamaban los dos dueños que había en la calle Carretas que daba a la Puerta del Sol. Me cruzaba la calle a la Plaza Mayor para tomar el tranvía pero cuando conocí a mi marido, me iba caminando, no había plata para pagar dos [boletos]. Yo decía: «Vamos a ir en el tranvía» porque a lo mejor tuviera para ir en el tranvía y él me decía: «Y si vamos dando un paseo». Lloviendo o con nieve nos íbamos caminando.

D.N.: La gente del gobierno ¿visitaban la Intendencia?
P.S.: Si, estaban los militares a cargo de ello y además, cada tanto, nos hacían una reunión para la producción de trabajo. A la que no sabía y estaba aprendiendo no podía hacer lo mismo que la que supiera, eso se lo he dicho yo mil veces: «hágala trabajar dos horas más pero no le quite el sueldo» porque la que no hacía la cantidad que nos decían, ponte que teníamos que hacer seis pantalones en siete horas de trabajo, se lo descontaban del sueldo, entonces había mucha unión entre las que cosían más ligero y menos ligero; una le hacía una pata, la otra le ponía el cierre pero para que esa persona hiciera la misma cantidad porque había muchas que no sabían ni enhebrar una aguja. Muchas veces nos hablaban, se ponía un militar y nos decía: «Tienen que entender que no es culpa mía, si a mi me piden cien porque están desnudos en el frente, si no llevo los cien mañana o pasado, aunque ustedes no los hacen, yo tengo la culpa, así que tienen que hacer todos los días su cantidad y una patita más y lo dejan ahí a su lado y mañana ya tienen una patita», nos aconsejaban muy bien, la verdad que si, no tuvimos ningún problema en ese curso de trabajo, yo no tuve ningún problema, nada más que cuando me clavaron la navaja.

D.N.: ¿Eso fue cuando ya terminó la guerra?
P.S.: No, no, en guerra, yendo de mi casa a trabajar, te perseguían gente joven, gente vieja. Yo venía un día por la Plaza Mayor y de allí me fui al Arco y veo que me dicen «Hola, ¿cómo te va?», me clavo la cuchilla. Era una navaja, me la clavo en la espalda y yo sentí tal dolor hasta que llegue al trabajo toda sangrada pero yo no me veía nada más y me dolía. Me caigo en el trabajo y me atendieron bien, me anestesiaron para que no me diera cuenta lo que me había pasado, las trabajadoras que estaban allí lavaron la ropa, cuando yo me di cuenta estaba como cuando venía de casa, nada más, solo con la rota y la puñaladita pero me dijeron que al entrar al trabajo me había caído porque tuvieron que hacerme radiografías por si había quedado alguna cosa dentro, de ahí fue de lo que ya me vino la tuberculosis, casi fue al terminar la guerra, en febrero de 1939. Y en el Metro, muchas veces no se podía viajar porque cuando te veían fuera del trabajo te seguían y te quitaban del medio, así que se sufrió mucho porque había que caminar, porque se comía poco, la verdad y te voy a decir algo de más gravedad, donde yo vivía era en el Puente Toledo pegado al Manzanares, en la calle Orgaz. En el Manzanares y la arboleda iba mucha gente a pasear en el verano pero lo que te iba a decir es algo muy triste porque en la carretera a Andalucía, hacía la derecha había un cementerio, en ese cementerio se sacaban a los presos, como que los iban a trasladar a otro sitio, los llevaban a ese cementerio y los mataban y los tiraban al río. Nosotros vivíamos tan cerca del cementerio y unas a otras se llamaban diciendo «mira, hoy van cuatro; ahí va uno; ahora van dos», eso fue muy triste porque de todo lo que he pasado en la guerra lo más duro fue ver a mi madre cuando venía del trabajo con todos los vecinos ahí tirados recogiendo los cadáveres.

D.N.: En Madrid hubo muchos líderes como La Pasionaria(1) ¿pudo escuchar sus discursos?
P.S.: Si, si, porque éramos del grupo de los primeros que ya antes de empezar la guerra estábamos con el movimiento de los estudiantes, eran bravos los estudiantes de aquella época pero también los que más dieron la cara.

D.N.: ¿Tuvo trato personal con La Pasionaria?
P.S.: No, La Pasionaria -yo te voy a ser sincera- no simpatice nunca con ella porque era la mandona de todas las inocentes. Todas íbamos detrás de ella pero ella de defender, lo que se dice, del obrero, “castañas”. En fin, ella fue la mujer que llamo la atención para todo, y para todo también se la dio el escape.
Yo no tengo nada en contra de esa mujer. Una sola vez, en una manifestación estuve con ella porque salíamos de trabajar de la Puerta del Sol y ella estaba entrando de la Plaza Mayor y como yo trabajaba al costado de Gobernación nos manifestó y todos los que salíamos de trabajar nos juntamos, cosa que no gustaba a la mitad pero lo hacía porque era ella la que mandaba. Sin saber lo que nosotros queríamos, nos decía: «rompan esa vidriera, rompan lo otro», a lo mejor empezaba ella con el dedo a tocar pero no romper, que rompan los demás y como yo hubo muchas que no lo hubiéramos querido hacer, lo que pasa que ella era una mujer o muy descarada o muy sabidonga [sic] o tenían alguien que la llevaba, eso tampoco lo puedo decir porque no lo se.

D.N.: ¿En qué año vinieron a Argentina?
P.S.: Yo aquí llegue en enero de 1952, estuve siete años casada en España. Yo me case en 1944, después de tres años de novio, de compañía como hablando de la guerra y todas esas cosas y de lo que a uno le gusta. Yo me case en 1944, en diciembre del 1944.

D.N.: ¿Vinieron en el vapor Córdoba?
P.S.: Ahí teníamos que venir, en el Córdoba y ¿sabes dónde vinimos? mi marido arriba, en el techo y yo con una familia porque ese barco, no se que le paso y no llego, entonces teníamos que estar un mes allí, esperando que estuviera arreglado y nos subieron en otro. A mí me conformaron con una familia argentina, de Buenos Aires, porque como era sola me quedaba con una señora que venía con dos niños y a mi marido lo pusieron arriba.

Nota:
(1) Dolores Ibárruri Gómez, llamada la Pasionaria fue una dirigente comunista española (1895 - 1989). Nació en una familia minera y se interesó por la lucha obrera bajo la influencia de su marido, un militante socialista. Biografías y Vida, Dolores Ibárruri – La Pasionaria, [en línea], 2004, www.biografiasyvidas.com/biografia/i/ibarruri.htm

sábado, 4 de octubre de 2014

Dardo Cúneo, intelectual argentino

Escritor, periodista, fue defensor del socialismo democrático del país

SOLEDAD GALLEGO-DÍAZ - El País - 16 ABR 2011

Dardo Cúneo
Si los viejos luchadores se merecen un homenaje, nadie más apropiado para recibirlo que Eduardo, Dardo, Cúneo, militante socialista, escritor, periodista y erudito argentino que falleció ayer en Buenos Aires, a los 97 años. Dardo Cúneo, como siempre firmó y se le conoció, fue un incansable luchador que estuvo presente durante décadas en la vida intelectual y política de Argentina como ensayista y comentarista político.

En diciembre de 2003, con ocasión de su 90º aniversario, fue objeto de un gran homenaje en la Biblioteca Nacional, donde se abrió una exposición titulada Militante de la utopía. En otro acto público, al que acudieron periodistas, como su amigo Rogelio García Lupo, y políticos, como Rubén Giustiani, presidente del PS, Cúneo recordó algunos aspectos de su azarosa vida. Entre otros, la crónica que envió el 30 de julio de 1936 al diario Crítica, de Buenos Aires, desde un barco en el que viajaba rumbo a su admirada II República Española y que, en una escala y al conocerse el golpe de Estado militar, fue tomado por su tripulación y llevado a un puerto leal en lugar de ser desviado a Canarias, como quería su capitán. Un camarero republicano tomó el mando del Santo Tomé se llamó aquella crónica, la primera de las muchas que escribió durante la Guerra Civil.

De vuelta a Argentina, Dardo Cúneo, defensor del socialismo democrático, se implicó en el movimiento reformista universitario y alternó el trabajo en las redacciones con la publicación de una larga lista de libros de ensayo y biografías, entre ellas una especialmente apreciada que vinculaba a Sarmiento y a Unamuno.

Cúneo participó en la victoria de Arturo Frondizi como presidente de la Republica Argentina, que gobernó entre mayo de 1958 y marzo de 1962, cuando fue derrocado por un golpe militar. Frondizi está considerado como el mayor impulsor del desarrollismo argentino. "Era la posibilidad de realizar una socialdemocracia criolla. Por eso estuve allí", explicó años después en una entrevista. Sin embargo, aceptó un cargo como embajador en la OEA que le ofreció el Gobierno posterior.

Cúneo criticó duramente al justicialismo y al general Perón, pero, dada su radical independencia, sus relaciones con el pequeño Partido Socialista y con el radicalismo, con el que también estuvo implicado, no fueron tampoco siempre buenas. Fue presidente de la Sociedad Argentina de Escritores durante cuatro periodos.

Con el regreso de Perón, decidió irse a vivir a Venezuela, pero volvió a Argentina, en 1979, para encontrarse con la dictadura militar, que detestó. No fue hasta la presidencia del radical Raúl Alfonsín cuando se le empezaron a reconocer sus méritos, con el premio de la Sociedad General de Autores y del Fondo Nacional de las Artes.

Fuente:http://elpais.com/diario/2011/04/16/necrologicas/1302904801_850215.html


David Kraiselburd: una vida entregada a la defensa de la libertad

Hoy se cumplen 100 años de su nacimiento. Un repaso por los puntos salientes de su historia.
Diario EL DÍA - 01 de julio de 2012

David Kraiselburd
Formado en los principios de la Reforma universitaria, vivió y murió para defender la libertad. Participó como protagonista de un siglo marcado muchas veces por la violencia y la intolerancia, frente a las que nunca vaciló en oponerles la firmeza de principios humanísticos y democráticos. David Kraiselburd, de cuyo nacimiento se cumplen hoy 100 años, se situó desde joven -y allí se mantuvo para siempre- en el cruce de las grandes tendencias sociales, políticas y culturales de la humanidad. Pero junto a esa cualidad, desarrolló también un pensamiento profundamente solidario a fin con tendencias del socialismo y con una especial admiración por los llamados utópicos o libertarios. Su amigo y ex vicerrector de la Universidad Nacional de La Plata, Aquiles Martínez Civelli, lo definió así hace tres décadas: “El era de una mentalidad universalista que promovía una justicia social creciente, una libertad creciente, una humanización creciente y entendía que todos los caminos hacia ello pasaban por la República y por la Democracia”. Su idealismo despertó en la adolescencia, cuando era alumno del Colegio Nacional y, por caso, convocó a sus compañeros para protestar contra la ejecución de Sacco y Vanzetti, ordenada en Estados Unidos por una justicia que buscaba repudiar toda reivindicación obrera.

VOLUNTARIO DE LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA
Años después David Kraiselburd se sintió atraído por el llamado que los republicanos españoles les hicieron a los intelectuales del mundo. Luego de mencionar los casos de Andre Malraux y Ernest Hemingway, en su libro “Los argentinos y la guerra civil española” (Editorial Contrapunto), Ernesto Goldar detalla que, entre otros, estuvieron para hacer presente su solidaridad Roldolfo González Pacheco, el periodista José Gabriel, el poeta Raúl González Tuñón, el periodista David Kraiselburd y el ensayista Dardo Cúneo. Por su parte, en la más vasta nómina publicada en el libro “Voluntarios de Argentina en la Guerra Civil Española”, editado por el Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini, se menciona a David Kraiselburd en el listado. Pero fue el platense José María Lunazzi, joven libertario también en las filas republicanas, quien en numerosas charlas y publicaciones dejó testimonio de la presencia de David Kraiselburd en la Guerra Civil Española. Son varios los documentos que registran esa presencia en el conflicto español, un tema seguramente doloroso en su memoria y sobre el cual -como de muchos otros- no hizo relatos en primera persona. Ya en la Argentina, José Grunfeld, en el libro “Memorias de un anarquista”, dice: “El espíritu libertario alcanzaba a numerosos afiliados del Partido Socialista o gente independiente, como el Dr. David Kraiselburd”.

EL PERIODISTA
Había ingresado a El DIA en 1928, cuando aún no había terminado el bachillerato, para ocupar pronto altas posiciones, en calidad de redactor y editorialista, enriqueciendo las páginas del diario con su colaboración siempre vigorosa. Se destacó además por el acierto para encarar los más diversos temas a tono con el pensamiento y la tradición del diario, de plena identidad con los intereses públicos. Había nacido en Berisso y cursado estudios en el Colegio Nacional, donde se forjó al calor de profesores de la talla de Martínez Estrada, Henriquez Ureña, Magliano, los Marasso, Grinfeld y Sánchez Viamonte. Allí también encontró base para fortalecer su pensamiento libre y el pluralismo que llevaba consigo cuando inició su trayectoria en este diario. Acompañado durante décadas por su esposa, Antonia Suñol, formó aquí su familia. Graduado de abogado en la facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales en 1932, luego cursó Historia en la facultad de Humanidades y colaboró con la Universidad Popular Alejandro Korn (UPAK). Le tocaría más tarde asumir la defensa de los intereses del diario en situaciones críticas, en las que exhibió su capacidad jurídica. Sobre el rol jugado por David Kraiselburd en la Universidad, el ex gobernador bonaerense Anselmo Marini recordó en 1999: “En su paso por la universidad, se sumó sin vacilaciones a los debates del movimiento estudiantil. Impulsó la vigencia de la reforma de 1918 con la convicción de los iniciadores del Movimiento Reformista de Córdoba”. Reintegrado ya a EL DIA luego del paréntesis que le impuso la intervención estatal de la empresa, que había sido dispuesta en la primera mitad de la década del 50, Kraiselburd asumió en 1962 la dirección del diario e impuso una línea de conducta inquebrantable, de la que no claudicó jamás. Tenía plena conciencia de su responsabilidad y solía decir que era muy duro consigo mismo. Desempeñó la dirección con el criterio amplio de servir a los intereses argentinos, pero por sobre todas las cosas con el espíritu de un servidor local, de un platense consustanciado con todo lo que esta ciudad significa en lo cultural, en lo social y en lo económico. En 1963, David Kraiselburd escribió un párrafo definitorio: “En una hora como la actual, en un mundo como el que vivimos y en un país como el nuestro, sólo tiene razón de ser vital, sólo se justifica la dignidad de nuestro oficio ejerciendo un periodismo comprometido. Comprometido como forzosamente tiene que ser la vida misma cuando hay ideales y cuando a la comodidad y al conformismo se los margina con un quehacer sereno, firme y rectamente orientado. Periodismo comprometido en defensa de la libertad, que es condición para su misma existencia, en defensa de los principios democráticos, en defensa de la justicia, en la defensa de todos los derechos esenciales de toda comunidad, que hacen y garantizan honorables condiciones en lo espiritual y material. Y compromiso también en la salvación de la moral ciudadana, que debe relucir con más pureza cuando más encumbrada sea la posición que se ocupe”. Cuando en 1973 el gobierno resolvió prohibir a las agencias internacionales proveer información nacional, algo que en la práctica equivalía a dejar a los diarios del interior del país con la agencia estatal de noticias como única fuente de información nacional, la iniciativa y empuje de David Kraiselburd evitaron que ello ocurriera. En pocos días, varios diarios argentinos confluyeron para crear la agencia Noticias Argentinas. Kraiselburd asumió la presidencia de la empresa, sin ninguna retribución y sin abandonar su labor en EL DIA.

ENFRENTADO AL AUTORITARISMO
A poco de asumir como director en este diario, David Kraiselburd no tardaría en demostrar con hechos hasta qué punto era capaz de refrendar su compromiso con los más altos ideales periodísticos. Fue en junio de 1966 cuando, horas antes del derrocamiento del presidente Arturo Illia, llegó a la redacción de EL DIA la proclama de los golpistas, que ningún medio había divulgado cuando ya estaba próximo el golpe militar. El diario lo publicó como denuncia de lo que se aproximaba, ante la indiferencia o el apoyo de gran parte de los argentinos. David Kraiselburd decidió asumir el riesgo y eso determinó que, luego, los detentadores del poder intentaran confiscar el diario. Había que “dar la cara”, como era siempre su elección, afrontar el desafío sin temor, cuando estaban en juego los principios. Su oposición a los golpes de Estado había sido permanente. Pero le esperaría ya entrada la década del 70 una prueba mayor. En esa época seguía creciendo la amenaza que significaba el poder adquirido por los representantes de actitudes sectarias, empeñadas también en controlar las universidades, que luego serían intervenidas también por el poder militar. El diario, y particularmente quien era responsable de la línea editorial enarbolando principios de la reforma universitaria, se convirtieron así en un obstáculo también para quienes decían luchar por la “patria socialista”. El director de EL DIA, que caminaba solo cotidianamente desde su casa al diario, fue un objetivo fácil para los violentos. A quienes le recomendaban prudencia o le señalaban el peligro que corría, les contestaba que esconderse era ceder el campo a la intimidación y el único camino era “dar la cara”. Entonces fue primero secuestrado y luego asesinado.

Fuente:http://www.eldia.com.ar/edis/20120701/david-kraiselburd-vida-entregada-defensa-libertad_-septimodia1.htm